En vistas del acabose

No todos vamos a morir infectados, eso se sabe, pero no hay que hacer caso omiso a lo rotundo de las pestes

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8 de feb de 2021, 11:50 p. m.

Actualizado el 18 de may de 2023, 06:47 a. m.

Parece que no nos diéramos cuenta de que el mundo se está apagando, como lo teníamos anunciado desde cuando adquirimos el don de la poesía, que es el mismo de la profecía, y nadie nos hizo caso. Y estoy hablando de esa parranda de poetones de mierda, vaticinadores del fin, que por más de 60 años venimos con esa joda. Sentimos que debíamos advertir a la población, comenzando por las clases gobernantes y dominantes, y a los aprovechados de su tolerancia, de que se estaba cavando la tumba de todos, no tanto desde el desequilibrio social y las injusticias, que con ello el mundo ha resistido durante siglos, sino por no darse cuenta del daño que se estaba causando a los elementos que nos soportan, al aire, al agua y a la tierra con la deforestación y extracción de sus metales ocultos. El afán desaforado de la riqueza llevó a la incontrolada contaminación, y así van muriendo los bosques, secándose la tierra y las fuentes hídricas, se van derritiendo los polos, desapareciendo especies, pero no había qué hacerles caso a esos fanáticos de la naturaleza llamados ecólogos que lo que hacían era sembrarnos un terrorismo injustificado.

Tuvo que llegar una alerta mayor provocada por una ínfima partícula de la creación, de la creación por parte del hombre según se especula, el virus denominado Covid-19, para que entráramos en la cuarentena que llega a desequilibrar el previo desequilibrio. Se acabaron las fiestas estruendosas y las íntimas, las visitas a la novia, el turismo continuado, la asistencia a las escuelas, colegios, universidades y hasta centros de yoga.
Las familias se han visto obligadas a concentrarse al pie de la chimenea lo que ha ocasionado separaciones de cuerpos que no pueden irse para ninguna otra parte. Ello prácticamente acaba con la poligamia y en especial con la poliginia. Y ya ni los burdeles funcionan, pues quién va a pernoctar con la persona que se acaba de acostar con otra sin correr el riesgo de terminar por pagar el precio.

Seguramente que el planeta no va a estallar en pedazos, como se esperaba de una conflagración nuclear. Pero el virus letal está visitando país por país, ciudad por cuidad, barrio por barrio, casa por casa, familia por familia, y a pesar de que las precauciones de lavado de manos, tapabocas, desinfectantes y distanciamiento se va llevando seres queridos, de los cuales ni en sus honras fúnebres podemos hacer presencia. Y el mal se va ramificando en nuevas cepas que no se sabe si van a ser cobijadas con la vacuna largamente investigada para el virus original. Vacuna que ya tiene sus detractores de oficio que la rotulan peor que la enfermedad.

No todos vamos a morir infectados, eso se sabe, pero no hay que hacer caso omiso a lo rotundo de las pestes, esas manifestaciones tan cruelmente democráticas que de repente hacen su irrupción en el mundo. No se salvan clases sociales, reyes ni vasallos, gobernantes ni gobernados, opresores ni oprimidos, civiles ni militares, presos ni carceleros, santos ni pecadores. Todos somos clientes potenciales.
Desde el que no se lavó las manos, no se desinfectó suficiente, no se caló el tapabocas ni guardó las distancias en las filas del cajero con billetes contaminados. Hasta el que sí lo hizo pero no le sirvió para nada.

Desde que cursaba primaria y conversaba acerca del fin del mundo con mis compañeros de clase oí que el más perspicaz decía que, el mundo se iba acabando para el que iba muriendo. Para el que iba entregando los guayos sin necesidad del apocalipsis. Y entre los militantes del M-19, cuando les asistía con Beccassino y Bettelli en la publicidad por la paz, escuchaba esa frase que a pesar de su obviedad terminó por volverse célebre de que “el que se murió se jodió”. De modo que el que quiera sobrevivir no se acerque al otro, no practique la caridad ni la lucha libre, no toque ni a la novia con el pétalo de una rosa, ámese a sí mismo por sobre todas las cosas enjabonándose cuerpo y alma. No permita que se acabe el mundo muriéndose.

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.

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