El rey paramnésico

Era un rey al que cada dos pasos que daba se le caía la corona. Cuando no se la tumbaban.

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2 de nov de 2020, 11:50 p. m.

Actualizado el 24 de may de 2023, 12:38 a. m.

Era un rey al que cada dos pasos que daba se le caía la corona. Cuando no se la tumbaban. Menos mal que era una corona de pacotilla. Bastaba sacudirla para volvérsela a poner sin empacho. La auténtica, la de oro, la había dejado perder en el monte de piedad por costear una guerra.
Antes de abdicar al reino que tuvo, ahora comido por las hormigas.

Era tan singular su desgracia que no recordaba ni siquiera de dónde había sido rey. De su pasado palaciego guardaba un resto de esplendor en los ademanes. Y caminaba muy erguido por las calles de Montmartre siguiendo la pista de su bastón, con el que retiraba la caca de los perros de los andenes.

Otros monarcas en decadencia le esperaban en el café, donde jugaban ajedreces interminables. Compartían el periódico del exilio. E intercambiaban avances de sus desastradas memorias en progreso, que nadie les estaba pidiendo. El recuento difuso de sus errores y de sus crueldades, en búsqueda de olvido y de auto indulto. Porque no hay mayor crueldad que la del poder. Que se paga con similares crueldades.

Nuestro rey era el único, sin embargo, sin añoranza. Derrocado, desterrado, había fijado en París la residencia ideal de su alma. Alma en salmuera, mas no en pena. No pierde el rey su linaje celeste por más caído que haya. En París la pobreza es una fortuna. Casi todos quienes en ella triunfaron por ella pasaron. Escribieron con hambre sus confesiones quienes después fueron nóbeles. Otra cosa es hacer el camino inverso, de todopoderoso a menesteroso.

Solía salir con peón 4 reina. Y pasarse la tarde recreando batallas, pérdidas y ganancias en su haber desfondado. Le quedaba el orgullo de su mano derecha, con la que acariciaba los dedos de la reina y firmaba edictos y ejecuciones y con la que ahora se ponía su corona de lástimas y partía los duros croissants. La mano que saltaba con los caballos, que disparaba los alfiles, enrocaba. La mano ya sin cetro pero con la línea de la cabeza despierta. Con otras majestades practicaba ‘cadáveres exquisitos’. Se avenían al trato con extranjeros. Y se vio cuando un anarquista le dio un mate humillante con las dos torres.

Dedicábase a la lectura de libros de consolación, ilustrados con las ruinas de Itálica. A rumiar su francés de panadería mirando por la ventana la torre del Sacre Coeur. Las memorias del reino que adelantaba eran galimatías, como exabruptos habían sido sus imperiales sucesos. Oía de Colombia por el café, que apuraba a sorbos distantes. Y por una vendedora de ramos en la estación Pigalle, única a quien permitía ingresar en su sagrada y más que limpia habitación los domingos con una rosa.

Carlos Mayolo se encontraba a la sazón alojado de lujo condescendiente en el Hotel de la Ville -para recibir un premio de cinematografía por su documental sobre la pobre gente de París-, y lo descubrió recogiendo su corona que se le había caído en el barro de la Place de la Concorde.
Como andaba con Sandro Romero Rey, su guionista de cabecera y biógrafo de Mick Jagger, se les ocurrió contratarlo para filmar un efímero de recuerdo. Se presentaron como poetas nadaístas y al rey le sonaron familiares las voces. Dijo que sí sin saber por qué y quedaron en encontrarse en la Concergerie, caída la tarde. Aunque le ofrecieron unos honorarios reales, su majestad insistió en que no cobraría. Un crepúsculo de neón diseñado por Jodorowsky fue la única escenografía que acordaron.

Lo que tenía que hacer el rey era dejar caer la corona, levantarla con el pie antes de que llegara al suelo y recibirla limpiamente sobre la cabeza. Como en los tiempos de Rodilla negra. Toma Uno. Se rueda. Cámara.
Acción. Corten. Queda. La celebración fue gloriosa, en el café de los reyes en bancarrota. Rodó vino. Lo invitaron a la premier en Colombia.
Le mostraron mapas y fotos. Le hablaron del 20 de Julio. Los miró con estupor. Y les dijo que gracias, pero que allá no volvía.

Este cuentucho es ficción pura. Cualquier similitud con personas de la realidad no pasa de ser mera coincidencia. Nunca me pasaría por la cabeza irrespetar a un rey vivo.

Miembro fundador del movimiento nadaísta. Ganador de tres premios nacionales de poesía y uno internacional. Fue Secretario de Cultura de Cundinamarca. Recibió la medalla del Congreso en el grado de Comendador. Es columnista de El Tiempo desde 1990 y de El País desde 1998.

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