De la sucursal al Paraíso

Todos los días hubo comida para los diez que éramos la familia y para los pájaros del totumo, y risas en la mesa, y educación para cada uno...

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11 de jul de 2022, 11:50 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:49 p. m.

Creo ser uno de los nativos de la sucursal del cielo -como reza su eslogan, o del paraíso de Cali, como fechaba sus cartas X-504 cuando en él vivía-, privilegiado por la fortuna de vivir a pesar de haber padecido la pobreza sin caer en la cuenta. Mi padre se las arreglaba para poner a producir la máquina de coser y así reparar las goteras del techo cuando nos bajaban del cielo. Mi madre ecuatoriana como una ministra de economía administraba los sartoriales recursos. Todos los días hubo comida para los diez que éramos la familia y para los pájaros del totumo, y risas en la mesa, y educación para cada uno, en mi caso en Santa Librada donde aprendí a hacer poemas y a tirar piedras contra el Estado.

De San Nicolás nos trasladamos al Obrero dos días antes de que estallaran los camiones con dinamita el 7 de agosto, como parecido sucedió en Hiroshima con mayor potencia explosiva, dejándonos más jodidos. Igual me había salvado de la matazón de la Casa Liberal donde de pantalón corto acompañé a mi abuela Carlota a escuchar a Hernán Isaías Ibarra, cuando entraron los chulavitas barriendo con todo.
También nos disparaban a la ventana los carros-fantasma porque allí vivía Jorge Enrique Giraldo, alias Picuenigua, que era un liberal de corbata roja.

Mis padres me habían proporcionado una presencia física que me permitía circular por las calles sin nada que lamentar, con indumentaria de paño pues consideraban indigno el dril, bien afeitado, locionado con Old Spice y peinado con Moroline. Con un libro en la mano, sed de cerveza y un alud de ‘numeritos’ en la libreta. Como no me gané el diploma de bachiller no accedí a carrera alguna diferente de la Carrera 4 por la que subía a la Librería Nacional donde don Jesús Ordóñez nos puso galería de arte para realizar nuestros Festivales de Vanguardia al tiempo con los de Fanny Mickey. Me dediqué pues a la poesía con la posibilidad de ser un varado perpetuo, pero resulté ganando premios y mereciendo ser llamado de agencias publicitarias para poetizar sus productos y de las columnas de periódicos para desbarrar contra el mundo.

Cincuenta años en Bogotá fueron suficientes de vida pública. Y escogí para la vejentud a Villa de Leyva. Con el mejor arquitecto de la comarca y mi mujer al pie del maestro de obra, con el producto de mis eslóganes y poemas se levantó una casa mediterránea en los terrenos del paraíso habilitado por Bachué y su hijo. La casa se llama La montaña mágica, libro que leo en la hamaca. Desde la terraza contemplo cielo y tierra, con los ojos que se han de llevar estas maravillas.

Regreso a Cali a cumplir con un compromiso que hube de transferir porque me agarró el covid. El 16 de diciembre casi que me elevó a las alturas de los altares con la publicación de mi poesía completa Mi reino por este mundo, a cargo del Programa Editorial de UniValle que dirige Francisco León Ramírez. Mi gratitud para él y para el rector , Édgar Varela. Ese mismo día me fue notificado que recibía el Premio Vida y Obra concedido por la Gobernación del Valle. Mi gratitud a la gobernadora Clara Luz Roldán y a la secretaria de Cultura Leira Giselle Ramírez. E igual a Leonardo Medina, de la Alcaldía, quien me programa una conferencia acerca de ‘El amor y los muertos en el Nadaísmo’, que dictaré el jueves 14 en la Biblioteca del Centenario a las 7 p.m. Y a Felipe Ossa y Aura Bustamante que me abren la Librería Nacional del Oeste el viernes 15 a las 6 p.m. para que haga, al fin, el lanzamiento de Mi reino por este mundo, con presentación de Óscar López Pulecio. Los espero.

Miembro fundador del movimiento nadaísta. Ganador de tres premios nacionales de poesía y uno internacional. Fue Secretario de Cultura de Cundinamarca. Recibió la medalla del Congreso en el grado de Comendador. Es columnista de El Tiempo desde 1990 y de El País desde 1998.

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