Contar la vida
Y lo tuvo. Pero el mundo la cobra con los almanaques. Y aquí estamos, los niños terribles y berrinchosos, a punto de incinerarnos al pie de la chimenea.
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9 de ago de 2021, 11:50 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 07:13 a. m.
Despacha como ochentero este jovenzuelo que se burlaba de los mayores, de sus canas o calvicies, de sus cajas de dientes y bastones, de sus arrugas y amnesias y prostatitis, de su anclaje en lo que debería ser removido, sobre todo el sillón donde descansaban o despachaban. Los mayores, sostenes de lo obsoleto. Impedimento de lo experimental y atrevido, de lo violatorio de la costumbre, de la reinvención de los sentimientos.
Vecinos de la tumba adonde arribarían sin remedio rodeados de lagrimones, mientras uno apenas rebotaba en los trampolines e iba ganando centímetros hacia el cielo. Insolente la juventud que creía tener el mundo en la mano. Y lo tuvo. Pero el mundo la cobra con los almanaques. Y aquí estamos, los niños terribles y berrinchosos, a punto de incinerarnos al pie de la chimenea.
A estas alturas del viaje, y a pesar de haber perdido la próstata para un aumento sustancioso de la libido que nadie podrá creer, puedo jurar que de viejo no tengo un pelo, ni dolores en la rodilla, pues logré conjurar la gota y la calvicie a punta de consagrarme al buen vino, y de implantes de la dermatología milagrosa de René Rodríguez. Eso de entrar a la sala de cirugía capilar en la mañana como Yul Brinner y salir en la tarde como Elvis Presley y seguir con la pinta rockanrolera por largos años no le va pasando a cualquiera. Y con el demonio del mediodía o démon du midi como ángel de la guarda, cosa que le permite mantener el velero con la verga dispuesta.
Insolente la juventud que creía tener el mundo en la mano. Y lo tuvo. Pero el mundo la cobra con el acelerador en los almanaques. En este punto sin regreso de la vidorria me dedico en mi retiro de Villa de Leyva a escrutar en los sagrados archivos todas las hojas que he venido llenando por sesenta y dos años y me sorprende que vengan casi todas en primera persona de un indicativo confesional. Tal vez tramado por las obras de San Agustín, de Rousseau, de Casanova, de Pedro Abelardo, de Henry Miller, de Frank Harris y de Bukowsky. En las desnudas confesiones de un hombre estarían las de todos los que nunca se atreverían a escribirlas. Alguien me dijo que era el mejor don que se podría dejar a la humanidad, mientras no fueran mentirosas como algunos presuntos 'Diarios y hasta Memorias'. Claro que cuando le dije a Gabo en una tenida en México que yo también estaba escribiendo mis memorias ('Nada es para siempre'. Aguilar, 2002) me preguntó socarrón:
“¿Y de qué te acordaste?”. “De las veces que me he encontrado contigo”, me tocó contestarle más socarrón.
Así he ido llenando mis libros y mis columnas que después de publicadas transformo en poemas utilizando la forma versicular que fatigara la Biblia. “Y a quién va a importarle tu puta historia”, me espetó un agresivo cabrón en los comentarios de prensa. Para evitar ser yo también agresivo, callé.
Si has pasado un día feliz en tu vida, cuéntalo. Pero cuéntalo bien. Que así será posible que muchos seres desdichados comprendan que puede existir algún grado de satisfacción sobre la tierra. Si has pasado días infelices en la vida que te fue dada, cuéntalos, que será motivo para que tantos indiferentes en su pasar sepan lo que duele una enfermedad, una herida, una injusticia, una traición, un olvido. Miller citaba a Pedro Abelardo diciendo que escribía sus confesiones para que, comparadas con la suya, las tragedias de los demás fueran de poca monta.
¿Qué otra cosa es la vida que un tren de días amables y desdichados, unos más que los otros según el grado de la suerte, y que trazan el mapa de tu destino? Hay quienes se empeñan en sufrir y hacen aspaviento de ello, como si fueran príncipes expiatorios de una deidad malquistada.
Pero hay otros que cuentan que no siempre el barco se hunde.
No hay que limitarse a contar lo que uno ha vivido, sino lo que ha visto vivir. Las penas de un pueblo. Las matanzas y latrocinios. Las injusticias.
Delatar, denunciar, evidenciar a los criminales de guerra y contra la paz, así la justicia no ponga bolas. Algún día el tribunal supremo castigará. Y hasta de pronto los tribunales humanos. Todo es posible.

Miembro fundador del movimiento nadaísta. Ganador de tres premios nacionales de poesía y uno internacional. Fue Secretario de Cultura de Cundinamarca. Recibió la medalla del Congreso en el grado de Comendador. Es columnista de El Tiempo desde 1990 y de El País desde 1998.
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