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Carne de diablo para la familia

Un día desenterraron un cadáver y en presencia de los niños rezaron torvas oraciones alrededor de ese cuerpo. Lo único grato era que los alimentaban con carnita cocida, que sabía a marrano.

14 de junio de 2021 Por: Jotamario Arbeláez

Me cuidé en mi primera juventud de contraer matrimonio, como hizo la mayoría de mis amigos anarquistas, agnósticos y misógamos, por la sola razón de que las relaciones por ese tiempo eran más que efímeras, y la revancha de las mujeres con los maridos abiertos era no dejarles volver a ver a sus hijos, y menos si no sufragaban sus manutenciones.

Me tocó ver al pobre de Darío Lemos escondido detrás de un poste para atisbar a su hijo Boris bajando del bus y entrando al colegio, ese chiquillo a quien había dedicado toda su tan deleznable como perdurable obra poética. Y lo vi ser llevado a la brigada anti secuestros donde sería torturado sobre una llanta por haber esperado al niño a la salida del claustro para llevárselo a comer chocolates en la finca del jíbaro, que también tenía su corazoncito.

Lo primero que le dijeron mi mamá y mis hermanas a la chica que embaracé cuando se las llevé a presentarla —ya cercano de mis cincuenta—, fue que cuidadito con escamotearnos a Salomé si ocurría una indeseada e indeseable separación. No me sentí capaz de sugerir el aborto de semejante culicagada cuya matriz inauguraba, y en vez de pedir su mano di el brazo a torcer, pero solo el brazo. Ha toda una vida, ya pagamos la casa, nació el varón, y aquí seguimos en idénticos arrumacos.

Creo que ya nadie me quitará ni lo bailado ni lo parido, pero veo unos casos de los que me he librado, que me hacen echarme la bendición, a mí que tan cerca he pasado de esas sectas satánicas que proliferan.
Suelen —cuando se separan las mujeres ardidas— conseguirse los suplentes más raros, los más antípodas del abominado titular, para que este sienta más duro el mordisco. Esto le sucedió, según informa el periódico El Tiempo, al supuesto Juan Zuluaga, un albañil de Medellín, quien se allegó a una casa de Justicia y Paz con el siguiente cuento:
Se habían casado hace 16 y ella le había dado tres hijos, a la fecha de 5 y 12 años las niñas y 10 el niño. Separados hace dos años, ella venía teniendo relaciones con un adepto del infierno, y al quedarse sin trabajo de empleada doméstica, éste la recogió en un taxi, la condujo a la fuerza a una finca adonde después le llevó —también secuestrados— a dos de los niños, y allí, con otros jóvenes, celebraban ritos en honor del Maligno. Un día desenterraron un cadáver y en presencia de los niños rezaron torvas oraciones alrededor de ese cuerpo. Lo único grato era que los alimentaban con carnita cocida, que sabía a marrano. Un día uno de los jóvenes sacerdotisos de La Misión —que así se llama la secta— les preguntó que cómo sentían el condumio y ellos le contestaron, ingenuamente, que bueno. Pues ahora viene lo mejor, les dijo, les condujo a la olla, alzó la tapa, y vieron horrorizados cómo extraía de ella por los pelos una cabeza humeante. Ese día iban a culminar con el “plato fuerte”.

De alguna forma la señora logró llamar a su hermana, ésta avisó a la policía y aquesta —siguiendo rastros telefónicos— rescató a la familia, capturó a los sectarios, mas no al misterioso padrastro.

La pregunta es, ¿es verdad? ¿O será que la empuercada señora quiere ahora enlodar al postrer amante con un cuento chino de espantos para lograr el perdón del heroico titular? En caso tal que no alegue que, como éste no le pasaba billullo para el bitute, eso la condujo, así fuera a la fuerza, a deglutir con sus polluelos carne de ser humano muerto con los adobos del infierno.

Que además de que se le engullan a la mujer, ésta conduzca a la familia del pobre diablo a papear carne humana en la caldera del colega, no tiene perdón de Dios, con perdón de las feministas. Esto lo leí el día de la madre, y la madre que casi me vomito sobre el periódico y sobre la epístola de San Pablo.

A partir de la fecha, mi mujer, mis hijos y yo nos hemos convertido en vegetarianos. Botamos toda la carne de diablo que teníamos en la despensa. Y mañana nos haremos limpieza con un discípulo de Samael. Aún-peor.

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