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La verdadera reforma

Continúa el diluvio de propuestas de reformas al régimen constitucional del país....

11 de mayo de 2015 Por: José Félix Escobar

Continúa el diluvio de propuestas de reformas al régimen constitucional del país. Unos se valen del procedimiento habitual de una reforma tramitada en el Congreso, mientras que otros (incluidos algunos magistrados) prefieren el procedimiento exprés de la asamblea constituyente. Raro este afán de querer reformar las normas fundamentales, lo que nos recuerda la frase de Ralf Dahrendorf: “Cuando a los políticos se les acaban las ideas, se ponen a hacer o modificar una Constitución”.Este maremágnum de propuestas se circunscribe a asuntos básicamente instrumentales. Pero se tiene mucho cuidado a la hora de abordar la reforma estructural que a gritos está demandando el país, y que no es otra que la mejora de la distribución geográfica del poder. A muchos colombianos ya no les cabe duda: la principal causa del conflicto armado en Colombia ha sido la enorme concentración de poder en el centro político del país, con el consecuente abandono de las regiones periféricas. Centralismo en su forma más perniciosa: que en la capital se aspire a vivir como en el primer mundo mientras que en el resto del país se las arreglen como puedan.Unos días atrás, fuentes del Distrito Especial de Bogotá afirmaron que ni sumando el PIB de Antioquia y el del Valle del Cauca, se superaba el PIB de Bogotá. Se notaba cierto orgullo capitalino y regionalista en tal afirmación, olvidando que en ello se esconde un verdadero drama. Hace tres años la Facultad de Economía de la Universidad del Rosario publicó un riguroso análisis sobre la desigualdad regional en Colombia con conclusiones casi trágicas. La diferencia entre el Chocó y el Chicó no es de una letra, sino muchísimo mayor.El barranquillero Eduardo Verano de la Rosa, en su precampaña presidencial de 2014, sostuvo que en la capital se concentra el 90 % de los recursos oficiales. Como cualquiera puede comprobarlo, cada día se incrementa el número de dependencias estatales en la capital, creando el efecto de constante succión de la más preparada fuerza de trabajo. Los últimos malos gobiernos distritales han servido –quizás sin proponérselo– para abrir los ojos de los colombianos sobre los perjuicios que este gigantismo de la capital trae para quienes en ella habitan y para los que con ella interactúan.No se puede seguir insistiendo en el modelo de crecimiento continuo para la capital, pues sus grandes saturaciones de problemas están a la vista de todos. Ni pensar que el resto de Colombia va a aceptar que se gasten cuando menos 15 billones de pesos en la solución póstuma al problema de movilidad bogotana: cuando se debió construir un metro no se hizo y pensar ahora en ese tipo de remedio se traduce automáticamente en menos recursos para la periferia del país, tan necesitada de ellos.La exploración de soluciones de tipo federal se impone. Hasta el Vaticano está pensando en adoptar estructuras federales, pues la humanidad no ha descubierto ningún mejor sistema para administrar sociedades extensas y complejas. Todos los países que admiramos por ser fuertes y serios cuentan con avanzados sistemas de descentralización. En vez de estar enzarzados en tanto bizantinismo, nuestros políticos deberían acoger en serio propuestas que desincentiven el crecimiento de la capital, que moderen el de las otras grandes ciudades y que se abra así el espacio presupuestal para atender a la Colombia abandonada.

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