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‘Pon, Yahveh, en mi boca un centinela’

Cómo quisiera que desde este rincón del país, en esta columna de opinión, saliera un grito que se escuchara en el alma de los colombianos, de todos nosotros, pero de una manera especial en la de aquellos que hacen política y que dicen representar al pueblo, a los colombianos...

28 de abril de 2019 Por: Jorge Humberto Cadavid Pbro

Cómo quisiera que desde este rincón del país, en esta columna de opinión, saliera un grito que se escuchara en el alma de los colombianos, de todos nosotros, pero de una manera especial en la de aquellos que hacen política y que dicen representar al pueblo, a los colombianos, y que sin distingo de partidos y sin, como se dice, en ese ambiente de lucha por sustentar el poder, sin espejo retrovisor, bajaran la temperatura en las palabras e hiciéramos una reflexión, o como quiera una oración, o meditación en la que dijera con el salmista: “Pon, Yahveh, en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios” (salmo 141).

Una de las categorías de terrorismo más dañino hoy, en nuestro mundo, dice el papa Francisco, está en el poder de la lengua, de la palabra, esa que se riega en un instante por las redes sociales, que repite y multiplica las opiniones sin vereficarlas llegando a transmitir noticias falsas y, como decía últimamente, a los medios de comunicación pareciera que algunos se engolosinan con la coprofilia, infectando de mal olor las imágenes y las vidas de los hombres y de la cultura. Ahí está, el chisme, la desinformación, la mentira, la calumnia.

Pero también estamos produciendo estragos por omisión, por quedarnos callados, por permanecer en silencio, cuando debiéramos hablar, dejamos de corregir los errores de los otros, cuando debiéramos asumir una posición misericordiosa para ayudar a entender el error y con discreción y talante saber respetar la dignidad del otro y ayudarle fraternalmente a crecer humana y espiritualmente sin considerarlo enemigo, es un hermano, es un par, que no está situado en su misma banca, está en la otra. Por nuestra comodidad, por pasar de agache en la vida se cumple en nosotros lo que dice Isaías el profeta en el capítulo 56: “Sus vigías son ciegos, ninguno sabe nada; todos son perros mudos, no pueden ladrar; ven visiones, se acuestan, amigos de dormir”.

Somos todos vulnerables, débiles, lo dice Santiago el apóstol: “si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto” (St.3,2). Y así nos lo confirma a todo momento el papa Francisco y nos pide con el evangelista Mateo: “Jesús nos advierte: los hombres tendrán que dar cuenta, el día del Juicio, de toda palabra ociosa que hayan dicho (cf. Mt 12,36).

Si los de Sudán del Sur fueron capaces de reunirse el 10 de abril en casa Santa Marta, en el Vaticano, para meditar cómo convivir en paz y buscaron las palabras del libro sagrado, ese grito del comienzo que sea escuchado por nuestros líderes y gobernantes para que seamos capaces todos juntos de buscar la paz más allá de todo egoísmo, partido, fracción, interés por el poder y que sea para que podamos cumplir en nuestro accionar la lucha por la justicia, la verdad y la paz entre los colombianos, que el Creador del universo ponga su brazo sobre nuestros hombros y su mano sobre nuestras bocas e invada su palabra nuestros corazones, de modo que cuando hablemos, sea él quien hable en nosotros.