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Los muertos sin voz

¿Qué hubiera dicho Jesucristo? Para la Semana Santa de 1946 en la población de Kaiserslautern (Alemania), el pastor Niemoller pronunció el poema que lleva el título con el cual empecé este párrafo.

23 de julio de 2020 Por: Jorge Humberto Cadavid Pbro

¿Qué hubiera dicho Jesucristo? Para la Semana Santa de 1946 en la población de Kaiserslautern (Alemania), el pastor Niemöller pronunció el poema que lleva el título con el cual empecé este párrafo, motivado por la apatía del pueblo alemán ante la crueldad Nazi: “Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista, cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío, cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar”.

Sí, los muertos que no tienen voz, que nadie los hace visibles ante una sociedad apática por tanta violencia y polarizada ideológica y políticamente que no se siente identificada con el que muere, no pertenecen a éste o aquel, no hay quien reclame por tantos y tantos, que mueren frente a nuestros ojos víctimas de balas pagadas por tantos enfermos sociales, políticos, económicos, raciales, aún religiosos; porque como dice el papa Francisco: “No nos hemos despertado ante las guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta enfermo, hemos continuado imperturbables pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo” (marzo 27 de 2020).

Celebrando la misa a las seis y media de la tarde del día de la conmemoración de la Virgen del Carmen, sonaron dos disparos y frente a la puerta principal del templo, zona verde recreacional, cayó muerto por bala de sicario, un hombre llamado Felipe; el día 17 de julio a las doce del día en el siguiente parque a menos de dos cuadras, cayeron víctimas de las balas sicariales, tres personas; pero como el poema del pastor, no les conocíamos, o no tenían nada que ver con nosotros, y el mundo sigue su rutina y los muertos quedaron en el silencio.

Más grave que la tormenta que nos ha sorprendido, de forma inesperada y furiosa del Covid-19, que nos ha derrumbado todas nuestras falsas seguridades, que arrancó nuestras caretas y maquillaje con el cual escondíamos nuestros egos, que llegaron a anestesiar nuestras conciencias y nos hicieron esclavos de una mundanidad, alimentada por la corrupción, las falsas noticias, el odio y la venganza, el chisme y el terrorismo, es el corazón del hombre; de tal modo que como el profeta Oseas lo dice, exclama el Señor acerca del hombre: “Era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé el ardor de mi cólera, no volveré a destruir al hombre, que soy Dios y no hombre, santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta”.

Cuando finalmente vengan por mí, ¿habrá alguien que pudiera reclamar por mí?, por supuesto que estará Dios que es santo y no hombre, que vive en medio de nosotros y que no es un enemigo que está a mi puerta.