El silencio de Dios
Desde el Siglo XIX, el mundo viene tratando de deshacerse de Dios de alguna manera. Ya en la Revolución Francesa se declaraba el triunfo de la razón sobre la fe, hasta que en el Siglo XX se declara la muerte de Dios y comenzando el Siglo XXI se busca el remplazo de su presencia en la ideología globalizadora, sostenida por la dictadura del relativismo que nos lleva a perder la libertad y junto con las ideologías progresistas, hedonistas y de género, bien entendidas en lo que Bauman llama la ‘Cultura líquida’.
Encontramos a un hombre que después del confinamiento del Covid-19 ha perdido su estabilidad, confianza y seguridad, cayendo en toda clase de enfermedades mentales, como la depresión, bipolaridad, la angustia. Se percibe en su debilidad que busca evadir así una existencia que es hostil, que le hace sentir sediento de apoyo espiritual, que es aprovechado por los falsos mesías y estafadores de los vacíos espirituales de la humanidad.
Esto sucedía en gran parte del Siglo XX, de tal manera que se aumentó esta cultura con la aparición hacia final del siglo, con los pensamientos de dos políticos y pensadores de la economía, factor decisorio del poder en las democracias, al decirnos que la humanidad llegaría a un choque de civilizaciones, cuyo fundamento estaría en la forma de relacionarse las tres religiones que marcaban nuestras culturas: cristianismo – islamismo – judaísmo.
Junto con el fin de la Guerra Fría surgiría también el fin de las ideologías y con ello la unificación de la humanidad en un sistema económico gobernado por un poder unificado mundialmente. Pero vemos cómo las religiones hoy en día vuelven a tomar prestancia en la opinión pública, generando desconcierto, y a su vez esperanza, debido a que lo primero trae un afincarse en el pasado para revivirlo y lo segundo nos proyectaría al futuro, con un sabor a disidencia, con la valentía de liderazgos transformadores de la realidad, que no es destruir la institución como tal, sino dar la confianza en que no es un regreso al pasado, utilizando un lenguaje mítico y obsoleto, presentando una institución que somete, que impide que la gente no piense por sí misma, sino que libera de ese temor, abriendo la esperanza, sobre toda aquella población más secularizada que es la que se aleja de ella.
Nosotros vemos la religión como una herramienta, que le sirve al hombre para progresar, para ir hacia adelante. Ellas tienen un legado de espiritualidad, de conocimiento humano de lo invisible, de lo mistérico, que es insustituible. Las diversas tradiciones, como decía Toymbee, de las llamadas religiones superiores es que son portadoras de una sabiduría sobre el origen y fin de todas las cosas, que hoy son muy necesarias para comprender el proceso planetario que estamos viviendo.
En una conferencia para el centro de espiritualidad, el padre Karl Rahner, quizás asumiendo una idea de André Malraux, dijo: “El cristiano del mañana será un místico o no será”. Para este teólogo la mística no es algo excepcional reservado para una élite. Sino que es más bien la forma cotidiana como se debe vivir la fe en el futuro; ello debido a la situación de ateísmo anónimo e indiferente en el que vivimos, donde nos resulta bastante difícil escuchar y ver a Dios, dada la ruptura que se ha dado en la cultura y la sociedad. Dice Rahner: “La situación espiritual contemporánea es como un silencio de Dios, de la negación de Dios y de las falsas interpretaciones de lo humano; un tiempo de triunfo de la comprensión científica y técnica de la realidad donde no es el hombre ni su mundo el que tiene que ser justificado, sino Dios”.