El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

El chat del río

El domingo de hace 8 días, cuando el cielo amaneció derritiéndose sobre Cali, dos mensajes de audio empezaron a circular entre chats de Whatsapp de periodistas y otros grupos.

2 de abril de 2017 Por: Jorge E. Rojas

El domingo de hace 8 días, cuando el cielo amaneció derritiéndose sobre Cali, dos mensajes de audio empezaron a circular entre chats de Whatsapp de periodistas y otros grupos. El primero contenía la voz de Lucero Rengifo, una mujer verraca y noble que conoce Charco Azul desde que era una invasión; desplazada con su familia, hace más o menos 30 años ella llegó ahí para empezar de nuevo. Y lo hizo sobreponiéndose a muchas dificultades. En el barrio Lucero creció viendo esas dificultades, y otras más, y otras más, repitiéndose en las casas de los vecinos; de modo que por elección vocacional, o mejor, por puro corazón, también creció dando la mano en uno y otro lado. Siendo adolescente, por ejemplo, se inventaba paseos para mantener a los niños a salvo de la calle y sus vueltas ciegas. Entonces de esa forma y con esos rostros, el destino le fue mostrando la ruta que moldearía su proyecto de vida, hace tiempo convertido en una fundación que lleva su nombre y el mismo propósito de siempre: darle una mano a algunos de los muchachitos que crecen en la ciudad del olvido.

Recorriéndola con esa tarea, ella ha visto cosas de las que no sabe con igual certeza la otra ciudad que sí aparece en el mapa. Así, todos los peladitos que deben permanecer la mayoría del día solos porque no hay quién los cuide mientras sus papás salen a rebuscarse la comida. Así, los peladitos al cuidado de abuelos o parientes muy ancianos, a veces ya tan ancianos como otros niños pequeños. De esos peladitos, cantidad incontable al Oriente, habló Lucero en una nota publicada ayer en este diario, con motivo del efecto de pánico que varias cadenas de whatsapp desataron los últimos días. Una de ellas tenía que ver con el posible desbordamiento del río Cauca.

El domingo de hace 8 días, en medio de ese aguacero bíblico con que despertó Cali, Lucero escuchó un audio que daba vueltas: “Salvajina está que se revienta, la maqueta computacional da que la inundación llegaría hasta la Autopista Suroriental hasta una altura de dos pisos…”. Entonces pensando en esos niños que conoce creciendo en barrios a orillas del río, mandó un llamado a todas la mamás que tiene entre sus contactos telefónicos pidiéndoles que alistaran una bolsa con ropa para los chicos y agua: “El agua es lo más importante en medio de una tragedia…”. El mensaje en su voz, serena y segura en cada palabra, fue rodando en crecimiento continuo como bola de nieve de camino a un precipicio; hasta que el Secretario de Gestión de Riesgo y el Director de la CVC, tuvieron que decir públicamente que no había ninguna inundación inminente. En la nota de El País, el Director de la CVC ratifica que todo está bien. Y seguramente es tal cual. Nadie podrá negar los esfuerzos institucionales que se han hecho para reforzar el jarillón que protege a la ciudad de un desbordamiento. Y nada más dañino que las ruedas del pánico infundado. Pero con todo el desgarrador desastre de lodo y muerte que desde Mocoa estamos viendo, ¿no deberíamos revaluar la situación particular de nuestra ciudad? Que no se nos olvide que sobre el jarillón, supuestamente construido solo para contener el Cauca, siguen viviendo 4.500 familias. Y si cada familia tiene 5 miembros promedio, la multiplicación da un estadio de gente. Un estadio de gente junto al río y sobre el dique. Perforándolo con sus casas. Con la vida que ahí siguen sembrando. El drama de Mocoa, como tantos otros ocurridos en Colombia, estaba previsto. Había un estudio de modelación. Hasta la tarde de ayer, la avalancha dejaba 210 muertos. ¿Hace cuánto estaría enviando mensajes la fatiga de la naturaleza? El río no tiene Whatsaap pero habla. Y rara vez quedan chances para desmentirlo.