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El futuro de la especie

Ciencia y tecnología permitirían construir futuros brillantes, pero es preciso organizar las instituciones públicas y privadas para que impulsen cambios necesarios. El respeto debe ser la regla de convivencia

27 de julio de 2021 Por: Gustavo Moreno Montalvo

El futuro depende de nosotros: construir sociedades sostenibles desde las perspectivas social, económica y ambiental exige revisar el conjunto de instituciones responsables de la historia reciente. La población se multiplicó por 10 desde que emergió la democracia liberal a finales del Siglo XVIII, con presión sobre agua, aire y tierra con vocación agrícola; la población capaz de leer y escribir pasó de menos de 20% a casi 100%; la tecnología ha facilitado las comunicaciones de manera impensable y alimentado exigencias de bienestar, en muchos casos en poblaciones sin la educación apropiada para entender posibilidades y limitaciones.

El comercio internacional vinculó a todo el planeta y facilitó la especialización de regiones con base en ventajas comparativas relativas, pero Latinoamérica y África no parecen dispuestas a acomodarse al nuevo contexto: el desorden prevalente en muchos países cuyos administradores buscan preservar poder en vez de orientar a la grey, y la debilidad de las entidades multilaterales para enfrentar sus tareas hacen más difícil regular el capital, que fluye con libertad y con capacidad para procesar la información que transita por los canales de las empresas de tecnología para promover conductas, abusar de posición dominante, o impulsar venta de armas y toxinas con apoyo de prohibiciones que dan fuerza a ámbitos clandestinos.

Ciencia y tecnología permitirían construir futuros brillantes, pero es preciso organizar las instituciones públicas y privadas para que impulsen cambios necesarios. El respeto debe ser la regla de convivencia. Las normas deben cumplirse como producto de buena educación, fundada en obrar con consideración por los semejantes, no solo por la capacidad para imponer conductas.

Será preciso ofrecer espacios para la convivencia tranquila con la expectativa de esfuerzo individual como contraprestación, sin imponer modelos, pues no hay solución única y además el mundo es cambiante, a veces en formas diferentes de las previstas por los eruditos reconocidos.
Aún no sabemos mayor cosa sobre este universo y menos sobre otros que pueda haber, el origen de la vida en este planeta y sus manifestaciones antes de las primeras bacterias, y el origen de nuestra especie: sabemos que los homínidos se separaron de los antropoides hace 7 millones de años, pero poco se conoce sobre la aparición de lenguaje con capacidad de reproducir y pronosticar, hace unos 100 mil años.

La necesidad de reducir a cero en los próximos 30 años la emisión neta de gases de efecto invernadero y evitar la acidificación de los mares es solo uno de los retos que se enfrentan hoy, aunque determinante para la vida entera. Más inminente es la tarea de abordar nuevos dilemas éticos de la biología y la bioquímica, que podrían permitir intervenciones para construir nuevas especies de cuasi humanos con propósitos inaceptables.

El espectro de la destrucción total flota sobre las cabezas de los humanos por cuenta de la guerra o del agotamiento de elementos ambientales necesarios. En contraste, el conocimiento podría reducir riesgos y permitiría incluso prescindir del ahorro a título individual. Paso necesario hacia allá es la recomposición de las organizaciones públicas del mundo con base en la identificación de propósitos y restricciones, y el diseño de buenos procesos y estructuras para países y regiones. El reto es de todos.
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