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Una hipótesis

La gran pregunta del conflicto interno colombiano es cómo pudo extenderse durante tanto tiempo. Ha sido tan largo que académicos y analistas no se ponen de acuerdo sobre cuándo comenzó.

6 de julio de 2018 Por: Gustavo Duncan

La gran pregunta del conflicto interno colombiano es cómo pudo extenderse durante tanto tiempo. Ha sido tan largo que académicos y analistas no se ponen de acuerdo sobre cuándo comenzó. Incluso, ahora, no hay consenso acerca de si efectivamente puede darse por terminado con la salida de las Farc o si hará falta que el ELN, las disidencias y las Bacrim dejen de existir para poder hablar de postconflicto.

Una hipótesis que puede arrojar luces del porqué un conflicto tan largo es la naturaleza de la destrucción causada por los enfrentamientos. Guerras civiles como la de secesión de Estados Unidos (1861-1865), la de republicanos contra nacionalistas en España (1936-1939) y la revolución mexicana (1910-1917 o 1924 de acuerdo al historiador que se consulte), implicaron la movilización no solo de casi la totalidad de los recursos y de la población sino enormes dosis de destrucción física y humana. Ciudades importantes fueron bombardeadas -algunas arrasadas-, sus autoridades sustituidas, la economía prácticamente arruinada y toda la capacidad productiva volcada hacia el esfuerzo militar.

En Colombia, por el contrario, la guerra no implicó la destrucción de los principales centros poblados ni de su aparato productivo. Salvo algunos atentados, en especial los cometidos por Escobar a finales de los 80, el grueso del sector empresarial ubicado en las grandes ciudades no sintió que la guerra amenazara con destruir sus activos. Tuvieron que incurrir, eso sí, en costos adicionales de producción por eventuales extorsiones, impuestos para costear el gasto en seguridad del Estado y los sobreprecios para el transporte de cargas entre ciudades que sí se vio afectado.

Fueron, en realidad, los productores regionales quienes asumieron los principales costos. El secuestro, la extorsión sistemática, los atentados a las empresas, la expropiación, etc., se sintieron especialmente en regiones donde había menor acumulación de capital y de población y, por consiguiente, menor presencia de Estado. Pese a todo lo anterior muchas empresas pudieron subsistir en las regiones.

Las cifras agregadas muestran que el conflicto no significó una destrucción apreciable de la capacidad productiva del país. De hecho, la economía pudo crecer constantemente durante las últimas cuatro décadas salvo en 1999 en que una burbuja hipotecaria, que nada tuvo que ver con el conflicto, causó una aguda recesión. Y si bien podría argumentarse que sin conflicto Colombia sería un país más rico, lo cierto es que nunca fue una sociedad destruida como quedaron el sur de Estados Unidos, España o México luego de sendas guerras civiles. Más aún, en entrevistas a empresarios se encuentra que, por amplio margen, la capacidad del mercado fue menos afectada que la propia producción. El conflicto no fue un obstáculo insalvable para el consumo de sus productos.

Antes, para tantas víctimas y dolor que causó la guerra, Colombia ha sido una sociedad prospera. Así se refleja en las mismas entrevistas a los empresarios. Quienes se lamentan amargamente por la pérdida de algún ser querido reconocen que a pesar de todo pudieron seguir con sus empresas en medio de la violencia.

La gran paradoja puede ser entonces que por no haber causado una destrucción de sus principales centros productivos las partes no se vieron obligadas a buscar una salida, militar o negociada, del conflicto en el corto plazo.

Sigue en Twitter @gusduncan