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Un debate tabú

La posición prohibicionista empantana el debate cuando de entrada asume que los modelos son víctimas de algún tipo de degradación y que quienes se lucran de su trabajo

16 de abril de 2021 Por: Gustavo Duncan

Se especula que, como consecuencia de la pandemia, el número de personas que optaron por trabajar como modelos webcammers se ha incrementado significativamente. Es probable que sea cierto, pero ya de antes Colombia era una potencia.

Hace algunos años, Semana sostuvo que el país era segundo en el mundo en número de webcammers y alrededor de 40.000 personas trabajaban como modelos. Más allá de la precisión de las cifras, lo cierto es que representa un sector importante y en ascenso que debe ser tratado en el debate público por todas las implicaciones económicas, sociales y culturales que tiene.

De momento el debate es pobre. En gran parte porque la agenda la ha impuesto el feminismo radical, que de plano niega la legitimidad del trabajo sexual. La posición prohibicionista empantana el debate cuando de entrada asume que los modelos son víctimas de algún tipo de degradación y que quienes se lucran de su trabajo, -los estudios y las plataformas-, los explotan a la manera de proxenetas. Tantos prejuicios provenientes de un activismo ciego a razones impiden lo básico para empezar la discusión: que los modelos tengan voz, que expliquen cuáles son los motivos para dedicarse a ser webcammers, cómo se sienten en su trabajo, con sus ingresos, en qué sentido sienten que puede haber algún tipo de degradación o explotación y qué perspectivas les ofrece a futuro.
Eso al menos permitiría empezar a responder las preguntas de por qué tantas personas se dedican a este trabajo y qué es lo que el Estado debe regular para evitar degradación y explotación.

En unas pocas entrevistas realizadas a dueños de estudios y modelos se encuentran resultados interesantes. La mayoría de los modelos, -mujeres, travestis y hombres-, tienen una motivación económica pero no es una motivación de subsistencia. Es decir, no se trata de conseguir alimentos y vivienda, lo básico, sino de conseguir dinero para alcanzar o mantener determinado nivel de vida. En la escala de ingresos de Colombia están dentro del 20% de las personas que más ganan. No es la necesidad es el lujo.

Algún grado de goce con el trabajo tiene que haber. De lo contrario, la persona termina renunciando por falta de motivación y porque los clientes poco están dispuestos a pagar por una actuación desapacible.
Algunos entrevistados incluso dijeron que el trabajo sirvió como un medio de exploración sexual. No conciben que los consideren víctimas y que piensen que su trabajo es degradante lo encuentran ofensivo.

Los dueños de los estudios no consiguen clientes. Eso lo hacen las plataformas internacionales, donde se conectan clientes del mundo entero. Los estudios son necesarios porque ofrecen infraestructura y conocimiento. Las cámaras, la iluminación, la ambientación, las cuentas bancarias en el exterior para hacer los giros a los modelos en Colombia y, sobre todo, asesoría. Los modelos necesitan capacitación para maquillarse, registrar bien ante la cámara, vestirse, conocer el menú de prácticas sexuales y aprender a interactuar con los clientes. De hecho, casi todos los estudios tienen a alguien especializado en traducir y dar apoyo a los modelos.

La explotación y la degradación provienen de otras prácticas. Por ejemplo, algunos estudios se retrasan en los giros o sus administradores exigen intercambios sexuales para facilitar las cabinas de transmisión. Ahí sí debería intervenir el Estado.
Sigue en Twitter @gusduncan