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Tribugá

Lo que se echa de menos es un debate acerca de la integración en el Estado, en los mercados y, por qué no decirlo, en la Nación, de una franja enorme del territorio colombiano y de la población que lo habita.

10 de mayo de 2019 Por: Gustavo Duncan

El debate sobre la construcción del puerto de Tribugá tiene que ir más allá del dilema entre preservación del ambiente o promoción de megaobras, que tienen impacto en el desarrollo económico. Lo que se echa de menos es un debate acerca de la integración en el Estado, en los mercados y, por qué no decirlo, en la Nación, de una franja enorme del territorio colombiano y de la población que lo habita.

El Pacífico ha estado históricamente aislado del grueso de la sociedad colombiana. Existieron fuertes motivos raciales y económicos para que fuera así. Su configuración demográfica se definió a partir de poblamientos de grupos afros y de indígenas que desde la Colonia habían interpuesto distancias con los blancos y mestizos que hicieron la independencia y le dieron forma a lo que iba a ser la actual Colombia.

El aislamiento se vería reflejado en la infraestructura y en los intercambios comerciales. Si bien las comunicaciones hasta bien entrado el Siglo XX, e incluso hoy, han sido deficientes en el país, no hay punto de comparación con las escasas inversiones hechas en carreteras, aeropuertos y puertos en el Pacífico. Cualquier mapa vial o sobrevuelo en la región nos muestra cómo las vías de comunicación, incluyendo carreteras terciarias, son prácticamente inexistentes.

La gran ironía es que la preservación del medio ambiente y la biodiversidad de la Costa Pacífica se debe a su aislamiento. Así como suena, la falta de progreso y de infraestructura ha sido clave para mantener la fauna y flora. De otro modo sería como muchos otros territorios, donde antes hubo bosques tropicales y hábitats de las más diversas especies, y hoy hay ciudades, carreteras, pueblos, agrocultivos y/o pastos para ganadería.

La discusión es entonces si para mantener el medio ambiente se debe negar el derecho a realizar las inversiones en infraestructura y actividades productivas que modernizarían económicamente la región.
Las propuestas de los ambientalistas radicales son ingenuas. Con solo turismo ecológico y subsidios no es posible sacar de la pobreza a sus habitantes. Algún equilibrio deberá encontrarse entre inversiones y cuidado ecológico para poder incluir a la gente del Pacífico en los mercados y en la sociedad colombiana.

No será fácil. Puede que las inversiones en infraestructura sean necesarias para la modernización económica y social, pero no suficientes. Uno encuentra que Buenaventura, el punto de destino de la única carretera pavimentada que une el mar Pacífico con el país andino, mueve el grueso del comercio exterior colombiano pero sus habitantes viven en una realidad paralela, muy miserable. Y ojalá la pobreza fuera el único problema. La violencia, la criminalidad y la corrupción están en el centro de organización de la sociedad.

Esa es la prueba de que se necesita más inversiones en infraestructura y en grandes proyectos. Una política pública para integrar los nuevos capitales con la población local a través no solo de intercambios económicos sino de intercambios culturales y sociales y, en general, de una ruptura del aislamiento de sus habitantes con el resto de la nación colombiana son indispensables para evitar repetir experiencias como Buenaventura y Tumaco.

Está bien que los ecologistas luchen por el ambiente, pero tampoco pueden condenar al aislamiento indefinido a sus habitantes o a que salgan del aislamiento desde la criminalidad vía narco y oro.

Sigue en Twitter @gusduncan