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Por lados distintos

Dentro de la polarización que vive Colombia las fuerzas políticas han pretendido vender la idea de que se trata de una lucha entre modelos económicos antagónicos o, en el peor de los casos, de una lucha de clases.

18 de octubre de 2019 Por: Gustavo Duncan

Dentro de la polarización que vive Colombia las fuerzas políticas han pretendido vender la idea de que se trata de una lucha entre modelos económicos antagónicos o, en el peor de los casos, de una lucha de clases. El uribismo y hasta muchos sectores de centro asustan con el castrochavismo y Petro, cada vez que abre la boca, les da material para preocupar a la opinión. En una correría por Sucre ya habló de comprar tierras a los terratenientes por papeles del Estado y en sus trinos mencionó la necesidad de volver a estatizar el transporte público en Bogotá.

Pareciera que la dinámica de los discursos de los principales dirigentes políticos se hubiera atorado en dos grandes trincheras ideológicas. Una que promueve el libre mercado para evitar convertirnos en una Venezuela y otra que pretende una mayor participación del Estado en la economía como mecanismo de redistribución de la riqueza, dada la desigualdad tan alta en Colombia. Pero los discursos no están sustentados sobre grandes elaboraciones programáticas o proyectos que comprometan a un sector real de las fuerzas económicas. Son, más bien, enunciados con una carga emocional muy fuerte para atraer votantes.

Lo cierto es que cada vez se siente con mayor preocupación que el país político y el país económico van por lados distintos. El problema que sienten los agentes económicos y la gente de a pie que necesita un trabajo para sobrevivir no es el riesgo de un colapso en las instituciones de la propiedad privada que lleve a los empresarios a cerrar sus firmas y sacar sus inversiones del país o de hiperinflación que conduzcan a un empobrecimiento masivo.

Tampoco el problema es de masas de trabajadores que aspiren a un alza de salarios y a un aumento del gasto público en subsidios y servicios del Estado como educación, salud, vivienda, etc. Por algo, las revueltas de esta semana en Ecuador por el retiro del subsidio de la gasolina fueron añoradas por muchos dirigentes de izquierda como un referente para los adormecidos pobres de Colombia.

La realidad de la economía es más mundana y las necesidades de empresarios, trabajadores y la gente en general más pragmáticas. Los políticos de derecha y de centro que reniegan del castrochavismo poco hacen para aliviar las cargas tributarias, los niveles absurdos de trámites y restricciones que imponen a las empresas y, sobre todo, el costo tan alto que la corrupción que se paga en deficiencias en la prestación de servicios públicos y en la construcción de infraestructura.

Más que un incremento en dos o tres puntos en el salario mínimo, los trabajadores aspiran a que el salario mínimo fuera la norma para la mayoría de ellos. En la práctica el grueso vive en la informalidad, donde las tarifas salariales impuestas por el Estado poco aplican. También ellos y sus familias padecen en sus economías todo el descuento que la clase política realiza a partir de la tajada de la corrupción y de las nóminas infladas e incompetentes que son nombradas para pagar favores a las clientelas.

Son esas demandas de la economía que la clase política deliberadamente pasa por alto porque tan siquiera empezar a comprometerse con ellas, le costaría enormes dosis de poder en el mejor de los casos. Y en el peor de los casos, le costaría grandes cantidades de recursos que se convierten en riqueza personal para los políticos y para los contratistas y burócratas amigos.

Sigue en Twitter @gusduncan