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Poder, impulsos y soberbia

Los análisis de clases en sociología tienden a interpretar el ejercicio del poder como un medio para acumular capital.

3 de julio de 2020 Por: Gustavo Duncan

Los análisis de clases en sociología tienden a interpretar el ejercicio del poder como un medio para acumular capital. Es más, los marxistas consideran que el poder político en las democracias está subordinado al poder de los propietarios del capital. Las leyes y el ejercicio de gobierno responden a sus intereses.

La realidad es más compleja. El poder es un medio para muchos otros fines. Incluso, el poder debe comprenderse como un fin en sí mismo. Tener poder brinda unas enormes recompensas emocionales. La sensación de dirigir y coordinar las acciones de las demás personas, de decidir el rumbo que debe tomar una sociedad o una organización y la atención que demanda el hecho de poseer este tipo de poder, son de por sí un estímulo para que muchos lo ambicionen y compitan ferozmente por él.

El poder, además, siempre acarrea grandes tentaciones. Los poderosos, al sentir que su capacidad de decidir sobre las acciones de los demás tiene un margen generoso, están inclinados a satisfacer sus caprichos personales mediante esta capacidad. El sexo, la humillación, la venganza, el desprecio, el castigo físico, etc., son potencialmente alcanzables si se tiene poder suficiente. Y si se da rienda suelta a los impulsos los poderosos pueden convertirse en personajes sumamente soberbios.

Lo bueno de la democracia es que la vigilancia que ejerce la sociedad a los poderosos a través de la libre expresión le pone límites a estos impulsos y a su soberbia. Un personaje como Trump en una dictadura sería un déspota, en una sociedad con los controles sociales e institucionales como la de Estados Unidos es más bien la caricatura de un tipo patético y caprichoso, así sea el presidente.

En Colombia hay muchos casos de poderosos que sucumben a sus impulsos y a la soberbia. Pero una posición que en particular se ha visto vulnerable es la del Fiscal General. Montealegre ya nos dio buenas lecciones de hasta donde puede llegar un servidor público con tal de perseguir enemigos políticos y de congraciarse con una bella contratista.
Néstor Humberto, más inteligente, utilizó un cargo jurídico para pontificar sobre lo divino y lo humano de la política nacional. Quería sentir el poder que nunca iba a tener por vía de elecciones.

No obstante, ninguno de estos personajes llegó tan lejos con sus problemas de autocontención de impulsos como el nuevo fiscal Barbosa.
Es claro que llegó al cargo a partir del respaldo del Presidente, su amigo personal, y que como tal guarda algún tipo de lealtad política, como en mayor o menor medida han tenido los fiscales anteriores. Pero su incapacidad de al menos guardar las formas en vez de hacerle un favor al Presidente termina por convertirse en un pasivo para su capital político. Perseguir a Petro por los audios del Ñeñe y a Claudia López por desacatar la cuarentena le da más puntos a la oposición al hacerlos ver como perseguidos por el Gobierno.

Podría pensarse que es solo torpeza política, pero el episodio del viaje a San Andrés retrata más bien la arrogancia de alguien quien se encuentra desbordado por el nuevo poder adquirido y quiere desfogarse. No solo se inventa un viaje cuestionable con el Contralor a San Andrés en medio de una pandemia sino que lleva a la familia y amiga de la hija incluidos. Eso es creer que la opinión no está en condiciones de vigilarlo y de reprocharle por unas apariencias mínimas en su desempeño.

Sigue en Twitter @gusduncan