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Finalmente Colombia pudo obtener el título del Tour de Francia. Fue una larga espera que comenzó, para ser exactos, en 1985.

2 de agosto de 2019 Por: Gustavo Duncan

Finalmente Colombia pudo obtener el título del Tour de Francia. Fue una larga espera que comenzó, para ser exactos, en 1985. En ese Tour en que Lucho Herrera ganó dos etapas, una de ellas llegando ensangrentado a la meta, y demostró que era el mejor escalador del mundo, el país soñó que el triunfo era una empresa posible.

Pero no pudo ser. Ni Herrera ni Parra pudieron batir a los Hinault, Roche, Delgado y Lemond. En ese entonces era extraño que un país del llamado tercer mundo, calificativo que ahora no se utiliza, fuera el lugar de una cultura ciclista a la altura de Europa, donde se inventó para la humanidad el deporte del ciclismo en ruta. Es más, otros países como Estados Unidos y Australia, del primer mundo, apenas estaban, al igual que Colombia, incursionando en las carreras europeas.

Las cifras indican que la entrada de Colombia fue a lo grande. En las principales vueltas por etapas, -el Tour, el Giro y la vuelta a España-, llegaron a contar hasta con treinta pedalistas nacionales. Estábamos casi al nivel de participación de Francia, Italia, España y Bélgica, los dueños de la gran tradición.

Herrera y Parra se retiraron. Los líderes de la nueva generación, Álvaro Mejía y Oliverio Rincón, tampoco pudieron ganar el Tour. Estuvieron más lejos en sus opciones y el país se desanimó. Las empresas colombianas retiraron su patrocinio. Postobón, Pilas Vartas, Café de Colombia y Pony Malta desaparecieron como equipos de ciclismo en Europa. El país dejó de soñar en la victoria en un Tour. No obstante, la cultura ciclística se mantuvo intacta al interior. Surgían más y más ciclistas así solo unos pocos llegaran a Europa.

Algunos tuvieron éxito. Santiago Botero, a principios del dos mil, volvió a despertar la ilusión de un triunfo. Pero una golondrina no hace verano. Botero se retiró y, de nuevo, todo quedaba en manos de lo que algunos de los ciclistas que emigraban a los equipos europeos pudiera hacer de manera parcial. Obtenían victorias, como Soler en el Tour, aunque el país dejaba de soñar con la camiseta amarilla.

Y de repente todo cambió. Un proyecto de formación bien manejado y un control más riguroso al doping en el pelotón internacional, dio la oportunidad para que una nueva generación entregada a la cultura del ciclismo se volcará hacia Europa. Nairo ganó el Tour del Avenir y la avalancha no paró. Hasta que por fin se ganó el Tour, el Giro y la Vuelta. Y lo mejor: hay una nueva generación de líderes presta a dominar las grandes carreras al menos en los próximos cinco años.

Sin embargo, hay cifras que alarman, que nos recuerdan la fragilidad de nuestro lugar en el ciclismo mundial. En el pasado Tour solo participaron cuatro colombianos, en el Giro siete y, en la próxima Vuelta, probablemente no más de diez. Números sorprendentemente bajos en comparación con los resultados y que muestran que el país exporta principalmente corredores de primera fila. Es relativamente poco el número de gregarios, corredores encargados de trabajar para un líder, que ruedan en la máxima categoría. Se llevan solo el producto de mayor calidad.

Tampoco hay periodistas especializados, directores deportivos, agentes y dirigentes que sobresalgan a nivel mundial. Solo una carrera reconocida por la UCI y ningún equipo pro-continental (la segunda categoría). Pareciera que somos una potencia, pero no somos parte de la comunidad mundial que mueve el ciclismo.

Sigue en Twitter @gusduncan