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Hacen una cruel terapia de choque, cobran caro, los internos mantienen la casa, venden cosas afuera para los dueños y al poco tiempo de salir vuelven al infierno. ¿Quién vigila?

13 de noviembre de 2017 Por: Gonzalo Gallo

Testimonio de un joven de 19 años: “Yo en mi casa no era valorado y tampoco valoraba o apreciaba todo lo bueno de la vida.

Mi padre sólo pensaba en trabajar y hacer dinero, y mi sumisa madre, sufría entregada al hogar, pero sin darme un cariño que necesitaba.

A los ocho años me inicié en el licor al ver que mi padre se divertía bebiendo con sus amigos y por querer saber cómo sabía eso.

Después con el tiempo pasé a la marihuana porque oía que eso era normal y que todo el mundo lo hacía.

Dejé mis estudios, hice sufrir a varias mujeres y un día un amigo me logró llevar a una buena experiencia que me dio una nueva vida”.

Confesiones como esta abundan, pero la falla es que muchas supuestas terapias de rehabilitación son un negocio que nadie controla.

Bienestar Familiar u otra entidad deberían hacerlo porque las familias gastan un dineral en vivencias que no sirven para nada.

Hacen una cruel terapia de choque, cobran caro, los internos mantienen la casa, venden cosas afuera para los dueños y al poco tiempo de salir vuelven al infierno. ¿Quién vigila?

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