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La ternura de Gustavo

Primípara en la universidad, su presencia y, claro, su actitud, me producían...

24 de mayo de 2011 Por: Gloria H.

Primípara en la universidad, su presencia y, claro, su actitud, me producían temor. Fue el período en que todos los estudiantes de literatura cabíamos en un solo salón porque existía la necesidad de aprovechar al profesor que estuviera presente. No eramos muchos. Terco y obsesivo, siempre se ubicaba en la última fila, en el rincón. Desde allí pontificaba. Es decir, asustaba, regañaba, peleaba, vociferaba. Y hasta se burlaba de quien le diera la gana. ¿Cómo no recordar el día en que se le ocurrió remedar a gritos a Tortilla Caycedo, a quien había instalado de vendedora de sombreros en una plaza de mercado en una de sus novelas? ¿Y el día que, impávido, escribió en una cartelera la lista de homosexuales “más prestantes” de este país e incluyó a un venerable ex presidente conservador? Recuerdos de la época de la universidad donde creo que el decano Óscar Gerardo Ramos ‘sudaba petróleo’ y Alfonso Ocampo Londoño, rector, lo evadía para no tenerlo que enfrentar. Nunca lo expulsaron. ¿Cómo lo iban a hacer si era brillante, capaz, inteligente, líder, iconoclasta? Pero producía roncha.Es Gustavo Álvarez Gardeazábal. Nadie puede acercarse a su vida sin que Gustavo ‘marque’. Es el mejor amigo de sus amigos y el peor, el más encarnizado, enemigo de sus enemigos. He escuchado verdaderos vomitivos de odio contra él como también de sus labios y de su pluma ha lanzado verdaderos botafuegos de rabia, venganza, desprecio. Construyó su personalidad disfrazándose. Lo hizo a través de la literatura, donde sus personajes son inicialmente reales para terminar siendo hijos de su fantasía, como también a través de sus posturas ideológicas, de su manera de encarar el mundo.Siempre he creído que es un niño grande, lleno de ternura, inundado de emociones y afectos que no logró canalizar sino a través de esa recia personalidad. Pero el perfil del artista, cualquiera que sea, toca los linderos de la sensibilidad, de la percepción, de la intuición. El artista es tierno, se conduele con el dolor, se doblega ante la ausencia de afectos, no soporta la injusticia, lo agobia el sufrimiento. La forma de exorcizar ese dolor es a través de la creación. Gustavo exorciza su miedo a través de esa máscara de potencia e irreverencia. No es que mienta, no. Sólo que se esconde porque, me imagino, lo aterroriza que lo reconozcan como todos, con heridas emocionales igualiticas a todos los demás. El amor por su madre, completamente incondicional y desbordado, su forma de ‘cuidar’ o proteger a los suyos, el infinito y desmesurado amor por el Valle del Cauca, que lo llevan a actuar como esos viejos patriarcas paisas regañones, descalificadores, porque no logran encontrar la forma de que las cosas se hagan a su manera, como ellos creen y piensan. Esos son sus amores, sus fantasmas, que sólo los logra expresar de manera irreverente, asustando, criticando. Todo se confluye en una personalidad ‘a la defensiva’. El miedo se disfraza de rabia y aparece el Gustavo público, que agrede y descalifica. Pero, en su interior existe el hombre tierno, el ser humano que se conmueve, el hermano de mi amiga, el tío que movió cielo y tierra cuando el secuestro de su sobrina. Ese hombre que, cuando quiere, construye, hace magia (por algo nació el día de las brujas) y es totalmente revolucionario en su visión y en sus ideas. Al Gustavo artista y creador, Univalle le acaba de otorgar el Honoris Causa. Merecidísimo. Ese es el Gustavo del que nos enorgullecemos en el Valle del Cauca.

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