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La casa tomada

A esa ciudad sin confianza se une la terrible percepción de que nadie hace nada; que la Policía es igual de corrupta, que el caos hace de las suyas.

28 de septiembre de 2022 Por: Gerardo Quintero

A la escalada de infame corrupción que se ha destapado en Empresas Municipales de Cali se une esa sensación de inseguridad que acompaña a la ciudadanía. Esa incómoda sensación de estar a segundos de que nos roben en cualquier sitio en el que estemos.

No podía ser de otra manera, si en la ciudad reina el caos y delincuentes de cuello blanco hacen y deshacen en las empresas de servicios públicos, pues algunos se sienten empoderados para hacer de esta ciudad una jungla invivible. Si los vampiros de la política se apoderan de los principales cargos de la empresa, hacen negociados, se enriquecen bajo la sombra de siniestros políticos con comportamientos mafiosos, qué se puede esperar. Si los altos puestos son para pagar favores y sacar adelante contratos para financiar las campañas futuras, estamos con la ‘casa tomada’, como en el cuento de Cortázar.

Unas empresas cooptadas en donde confluyen la rapiña y el lumpen de la política local que está tras bambalinas haciendo daño, mientras muchos prefieren mirar hacia otro lado, convivir con la podredumbre, hacerse los de la vista gorda, fingir que no pasa nada.

A esa ciudad sin confianza se une la terrible percepción de que nadie hace nada; que la Policía es igual de corrupta, que el caos hace de las suyas. Y razones no faltan. Hordas de delincuentes, plagas motorizadas tienen en jaque a una ciudadanía amedrentada.

Mientras eso ocurre, la administración, el Concejo, la Policía y la Fiscalía son incapaces, incompetentes, inanes para crear una eficiente política de seguridad que enfrente con rigor esta delincuencia desbordada y prepotente. Encontrarse hoy en un restaurante que tenga vista a la calle es un acto de heroísmo. ‘Los hunos’ en motocicleta salen en caravana a propagar el terror. Tener un motociclista al lado es mirar el infierno a los ojos. Es la ciudad que vivimos hoy, donde al MÍO se sube un delincuente y se roba un extinguidor; otro prende un ‘bareto’ entre los pasajeros; indigentes se suben a proferir insultos y los delincuentes se montan en las estaciones reduciendo a la impotencia a los usuarios sin que exista un solo agente de policía o guarda de seguridad en los alrededores.

La ciudad es reino de la anarquía. Se percibe en las vías, en los conductores que se pasan los semáforos en rojo, en quienes parquean sobre los andenes, en el que se roba las barandas del puente del HUV, el que se sube sin pagar al MÍO, el que agrede al conductor, en esos adolescentes que alardean en redes sociales del asesinato que cometieron. Cali está enferma, es un polvorín. Insegura y corrupta, qué combinación tan perversa.

Tendrán que pasar décadas para construir una nueva ciudad, más amable, con menos influencia de mafias y traquetos, con más sentido de pertenencia; lamentablemente la ciudad de nuestros ancestros se extravió. Esa ciudad de la que nos sentimos tantas veces orgullosos, de la que mi abuelo tanto me hablaba se marchitó en medio de esta caterva de bandidos que tienen ‘La casa tomada’.

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