Fútbol sin paz

Menos mal no perdió el Cali. No quiero imaginar lo que hubiese pasado el viernes en Palmaseca, si el equipo verdiblanco no logra empatar frente a su rival de patio, el América. El gol de Fabián Castillo, en el minuto 77, permitió igualar el marcador, tras el gol marcado por Nilson Castrillón, del cuadro americano, al final del primer tiempo.

No pasa un buen momento el equipo verde, la hinchada fiel y pacífica, en su mayoría, llena el estadio, porque hay que acompañarlo en las buenas y en las malas. Pero también hay crítica, con cánticos y pancartas desde la tribuna, que demuestran su desespero por los malos resultados. El cambio del técnico, los cambios que no funcionan, jugadores a los que se les acusa de falta de compromiso, la crisis financiera, la mala racha…

Hasta ahí, son cosas que pasan en el fútbol y el hincha tiene derecho a manifestar su molestia. Lo que no puede pasar es lo que vimos el viernes en el estadio. Un partido parado casi una hora, entre el primero y segundo tiempo, por los desórdenes registrados, que ojalá hubieran sido solo los montones de tiras de papel higiénico que cayeron sobre la cancha, una y otra vez. Petardos, bengalas y peleas en las tribunas, que al final dejaron seis hinchas heridos y un policía golpeado.

Entiendo la angustia por jugar un segundo tiempo, con un estadio lleno y un equipo al que una nueva derrota lo dejaría sin oxígeno. Pero los hechos daban para suspender el partido, y los videos así lo demuestran. En uno, se ve a un hincha de camiseta negra bajando las gradas de la tribuna, cuando empieza a recibir golpes; al caer al piso se observa a otro hombre que le da una patada en la cara y se distancia, mientras otros continúan pegándole. En otro, aparece un hombre sin camiseta que desciende, prácticamente caído, por la tribuna, y al llegar al final, un policía es golpeado al intentar levantarlo, lo que termina en una confrontación entre pocos uniformados y un puñado de ‘hinchas’. En un video más se ve cómo a alguien que está en el piso le golpean repetidamente.

En tanto, en la cancha todo era suspenso; jugadores del Cali que entran y salen, el árbitro haciendo consultas, los policías de un lado a otro, los directivos revisando y así. Increíble. Tocó esperar a que algunos desadaptados se calmaran. Prácticamente, pedirles permiso para continuar el juego.

Hay quienes piensan que es exageración, que no pasó nada y ello proviene de la costumbre de que ocurran estas y otras cosas mucho más graves en un espectáculo, al que tanto le cuesta extirpar la violencia enquistada. Nos parece normal que previo a un clásico, el Alcalde, la Gobernadora y el Comandante de la Policía anuncien un dispositivo de 900 uniformados, habiendo tantas necesidades de seguridad hoy en Cali y el Valle.

Hay decenas de diagnósticos, anuncios, campañas, pero la violencia sigue ahí. Y la ilusión del hincha se marchita poco a poco, prefiriendo ver el partido en casa y rezando porque quienes asisten a los estadios regresen con bien. ¿Le falta compromiso a la Dimayor y a los equipos para acabar la violencia, disfrazada de hinchada?, ¿los líderes de las barras hacen lo necesario por erradicar a los violentos de sus filas?, ¿son suficientes las acciones de las autoridades contra la violencia en los estadios?, ¿justificamos la violencia cuando los resultados son adversos?, ¿formamos hinchas fervorosos y conscientes o desadaptados aplaudidos por sus reprochables actos?

Tantas preguntas por resolver y tantas medidas por tomar. Al final, lo que es incuestionable es que seguimos perdiendo el clásico contra los mal llamados hinchas que se esconden tras una camiseta. El viernes pasado el clásico quedó empatado, pero el fútbol sin paz volvió a ganar.

@pagope