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María Elvira Bonilla

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Eder y la tarea mayor

Se trata de construir confianza entre los ciudadanos, en un momento en que la manera de gobernar va a ser tan determinante.

3 de noviembre de 2023 Por: María Elvira Bonilla

Todo alcalde hace obras públicas. Es lo más elemental y básico como propuesta de gobierno, y más en estos tiempos de corrupción desbocada, como la que hemos vivido en Cali y en tantas otras ciudades de Colombia, que han hecho del servicio y los recursos públicos una fuente de enriquecimiento personal y familiar.

Salta a la vista el interés por centrar las gestiones en el concreto y los ladrillos. Es el camino más fácil para que las coimas reinen reforzado por la megalomanía desatada con la política convertida en el ejercicio del pequeño poder personal de pseudo caudillos, sin partidos ni proyectos colectivos. Proliferan auditorios y escenarios deportivos, muchos innecesarios o excesivos adjudicados a dedo, a contratistas amarrados, con los cuales de antemano han acordado a comisión; Además del billete que hay de por medio, las placas y los nombres propios ligados a las obras son otros estímulos que enloquecen a los efímeros y chatos gobernantes que pululan.

La oportunidad que tiene Alejandro Eder como alcalde de Cali es distinta. No son las obras físicas, que imagino las hará, lo que debería atraer su atención, su tarea mayor es lograr unir la ciudad en torno a propósitos comunes. Crear puentes en una sociedad rota, resquebrajada y fragmentada como la que deja Jorge Iván Ospina, quien se ocupó de reventar el tejido social, sembrando amargura y resentimiento entre los caleños. El desafío de Eder será el de recomponer una sociedad postrada y caótica, que por no tener un sueño compartido, terminó atrapada en un individualismo feroz que ha llevado a que cada quien haga lo que se le venga en gana, dedicado a sacarle partido a la crisis con un ventajismo descorazonador.

Un alcalde no es solo un gerente, es ante todo un líder que convoca y si algo le toca a Eder es tocar esas fibras ciudadanas que han marchitado la desidia y las aguas turbias que rodean al CAM. La campaña de Diana Rojas, la Caleñisima, tenía algo de esta intención: apuntaba a mover con alegría imaginarios dormidos. Despertaba ilusiones y esto no es algo banal ni superficial, por el contrario, es profundo, casi que una premisa para cimentar las ejecutorias de gobierno.

Para volver a creer en quién se gobierna se requiere que la forma de hacerlo sea ejemplarizante: transparente, ordenada, seria y profesional, comprometida, distinta del manejo oscuro de una rosca de cómplices y obsecuentes que se tapan entre ellos para asegurar la descomunal robadera que el nuevo gobierno tendrá que destapar con un drástico corte de cuentas que permita evidenciar la dimensión de lo ocurrido en estos cuatro años.

Eder tiene la responsabilidad de dignificar la gestión pública. Armar un gabinete incluyente, representativo de los distintos sectores de la sociedad toda, y no de amigos o producto de acuerdos políticos con concejales para la usual repartija de secretarías. La relación con el Concejo -en el que no tiene mayorías- deberá ser propositiva y a la luz pública, sin componendas por debajo de la mesa, como ha sido lo habitual.

Se trata de construir confianza entre los ciudadanos, en un momento en que la manera de gobernar va a ser tan determinante, porque lo que Eder tiene por delante es nada menos que el desafío de contribuir a sanar una herida que profundizó el estallido social y que Ospina convirtió en una grieta profunda.

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