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Tantas vueltas

Porque esta vibrante autobiografía es también la reconstrucción detallada de la carrera llena de fortuna y adversidades

27 de mayo de 2021 Por: Carlos Jiménez

Tantas vueltas para volver a casa” es el título de la extraordinaria autobiografía de Carolina Ponce de León publicada por Planeta. Extraordinaria tanto por su calidad literaria como porque sus 223 páginas condensan los avatares de una vida ciertamente extraordinaria. La de una descendiente del político y periodista liberal Luis Eduardo Nieto Calderón, en cuya prole destacó Clara Nieto Calderón, diplomática, periodista y madre de Carolina. Que por lo tanto parecía destinada a ser otra de esas féminas mimadas de la ahora decadente oligarquía bogotana que durante décadas copó la escena política y cultural del país. Y su crónica social.

Carolina se rehusó sin embargo desempeñar ese papel. Ella atribuye su excentricidad, su interminable rebeldía, a su origen bastardo: fue la hija “ilegítima” de una relación extra matrimonial entre su madre y Roberto García- Peña, el todo poderoso director de El Tiempo cuando El Tiempo era todopoderoso. Pero sea esta u otra la razón la última, lo cierto es que ella pronto dio muestras de querer forjarse su propio destino, en ruptura o en polémica tanto con las normas de su clase como con el lugar subalterno asignado a las mujeres de cualquier clase por nuestro empecinado machismo.

Y fue en el campo del arte donde lo consiguió. Porque esta vibrante autobiografía es también la reconstrucción detallada de la carrera llena de fortuna y adversidades que le ha permitido, al cabo de los años, convertirse no solo en una mujer independiente sino en una de las curadoras y criticas de arte más importantes del país.
Gracias a la misma sabemos cómo fue que apenas veinteañera Beatriz Gonzáles la eligiera para formar parte del equipo del Mambo de Bogotá; que de allí saltó a la subdirección de cultura del Banco de República, donde hizo exposiciones memorables tan como Ante América; que luego se fue al Museo del Barrio de Nueva York y de allí a la Galería de Raza de San Francisco antes de regresar por fin a casa. O sea a Bogotá, de donde se había marchado con su madre y sus hermanos, cuando apenas era bebé, para iniciar la trashumancia de embajadas en la que transcurrieron su niñez y adolescencia. Hizo muchas más cosas, desde luego, que no cabe aquí ni siquiera enumerar, y que hizo dejar de gozar de una intensa y turbulenta vida afectiva ni de su erotismo siempre a flor de piel. Tal y como lo expone en estas páginas con una honradez igualmente admirable.

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