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La fiebre del oro

Pensé que era una metáfora, una manera de calificar el frenesí que se apoderó de quienes lo arriesgaron todo por su ambición de enriquecerse de golpe.

7 de febrero de 2019 Por: Carlos Jiménez

La primera vez que leí esta expresión fue en un artículo referido a las oleadas de aventureros que en el Siglo XIX, emprendieron una frenética carrera rumbo a los yacimientos de oro recién descubiertos en California y en Alaska. Entonces pensé que era una metáfora, una manera de calificar el frenesí que se apoderó de quienes lo arriesgaron todo por su ambición de enriquecerse de golpe. Pero una intervención artística del laboratorio Mapa Teatro en el Museo Reina Sofía de Madrid, me ha permitido corregir esta opinión. Gracias a ella, supe que lo que consideraba una simple metáfora, era considerada en el Siglo XVIII como una auténtica enfermedad, que incluso debía ser atendida por los hospitales.

Entre los que la padecieron figura Ángel Díaz Castellanos, un mineralogista español quien, junto con su colega Juan José D’Elhúyar, fue enviado por el rey Carlos III a las que entonces se llamaban las Indias, con el propósito de introducir novedosas técnicas de explotación de las minas de oro, capaces de mejorar sustancialmente su rendimiento.

Sólo que, mientras se encontraba visitando las muy antiguas minas de Marmato contrajo la fiebre del oro y debió regresar a España, donde fue ingresado en el Hospital General y de la Pasión de Madrid. Allí le encerraron en una de las jaulas situadas en el sótano de lo que entonces ya era un enorme edificio, que estaban destinadas a “los dementes o faltos de juicio”, en espera de su trasladado a Toledo o Zaragoza, que eran los destinos de quienes no tenían remedio.

Ese edificio es hoy la sede del Museo Reina Sofía, cuya dirección invitó el año pasado a Heidi y Rolf Abderhalden - los líderes de Mapa Teatro - a realizar un proyecto artístico.

Empezaron su trabajo revisando los archivos históricos donde descubrieron la historia de Díaz Castellano, que se convirtió en la catalizadora de su proyecto y en el eslabón que les ha permitido enlazar la historia de la sede del museo con la de las minas de oro de Marmato, que es igual de fascinante, porque es una mina que ya estaba explotada por los Quimbaya cuando llegaron los españoles, que la siguieron explotando y que aún sigue en explotación, en condiciones que desafían tanto las ambiciones de las multinacionales como de la minería ilegal.

Es al carácter comunitario de su modelo al que rinde homenaje la intervención de Mapa Teatro, que es también una denuncia de la ‘fiebre del oro’ que aún padecemos.

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