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Julian Assange

El invierno está resultando muy duro para todo el mundo y especialmente...

24 de diciembre de 2010 Por: Carlos Jiménez

El invierno está resultando muy duro para todo el mundo y especialmente para los colombianos, que nos estamos ahogando literalmente en unos aguaceros torrenciales, cuya secuela de inundaciones y avalanchas catastróficas debemos más a la inepcia de nuestros gobernantes -y a nuestra propia desidia colectiva-, que al cambio climático que tan dramáticamente está alterando el régimen de lluvias en el trópico. Pero aún así quiero rendir homenaje a quien también está pasando unas navidades difíciles: Julian Assange, el periodista australiano que está sometido actualmente a un régimen de libertad condicional draconiano que le obliga a llevar una pulsera electrónica, la cual permite a la policía controlar todos y cada uno de sus movimientos, y a comparecer, además, diariamente ante la comisaría más cercana a su residencia para demostrar -como si hiciera falta- que sigue en Inglaterra. Y por lo tanto al alcance de los jueces británicos que tienen que decidir si aceptan o no la solicitud de extradición formuladas por la Justicia sueca. Como se sabe, sobre la libertad de Assange pesan las acusaciones hechas por dos mujeres suecas que lo acusan de violación porque durante unas relaciones deseadas y consentidas por ellas, él no dio marcha atrás cuando se rompió el condón que utilizaba para protegerse y protegerlas. Esos desdichados accidentes de cama no habrían, obviamente, alcanzado la trascendencia que de hecho han alcanzado si no hubiera sido por lo estricta, y a la vez invasiva, que es la legislación sueca sobre la violación. Y -sobre todo– porque el gigantesco Goliat que encabeza el gobierno de Washington no estuviera todo lo furioso que ahora mismo está por la divulgación que Assange ha hecho de un cuarto de millón de correos electrónicos, que ponen en evidencia hasta qué punto la diplomacia norteamericana cumple papeles mucho más turbios de los que debería si se limitara a cumplir con lo que el Derecho Internacional estipula como legítimas actividades diplomáticas. Pero los documentos de Assange no sólo ponen en evidencia hasta qué punto la diplomacia norteamericana está implicada en actividades ilegales, sino que también desnudan a ese periodismo que, aunque presume mucho de ejercer la libertad de prensa, ha sido incapaz en todos estos años de guerra en Iraq y Afganistán de dar otras noticias que no sean las que divulgan el Pentágono y el Departamento de Estado. A ellos también habrá que pedirles cuentas.

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