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Elena Poniatowska

La última vez que la vi fue el año pasado, en la...

22 de noviembre de 2013 Por: Carlos Jiménez

La última vez que la vi fue el año pasado, en la ciudad de México, en el curso de una concurrido almuerzo organizado por las hermanas Pecanin, la dueñas de una legendaria galería de arte moderno, en honor de un pintor de la misma, que esa misma mañana de domingo había inaugurado una gran exposición retrospectiva en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana. Estaba idéntica a sí misma: delgada, menuda, vivaz, con su mirada chispeante y su eterna sonrisa desprevenida y apenas afectada por los largos años pasados desde cuando la conocí en casa de Neus Espresate, la exiliada catalana fundadora -junto con Pilar Alonso y Vicente Rojo- de la editorial ERA, que por entonces ya había impreso la obra que la catapultó a la fama: ‘La noche de Tlatelolco’. Esa estremecedora crónica de la matanza del 2 de octubre, ordenada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, que puso fin a un movimiento estudiantil tan contundente y fecundo como el del mayo parisino de ese mismo año, aunque muchísimo menos publicitado a escala planetaria. Por eso no me sorprendió que el flash que lanzó la agencia EFE para informar que le habían concedido el Premio Cervantes de Literatura, anotara que ella se enteró de la noticia mientras hacía footing. Un ejercicio que practica a diario, a pesar de los 83 años de una vida bien vivida y muy bien aprovechada en beneficio del periodismo, del que ella es indudablemente una de las grandes. Porque Elena, aunque también ha escrito novelas, biografías y poemas nada desdeñables, es sobre todo una gran periodista. Y más que simple periodista reportera, que ha ejercido este oficio imprescindible tanto para la vida como para las letras, a pie de calle, entrevistando a los protagonistas y a los testigos, así como a las víctimas anónimas de las peores tragedias colectivas. Así lo hizo con la masacre del 2 de octubre y así lo volvería a hacer con el terremoto que en 1985 asoló al DF y cuyas catastróficas secuelas humanas ella reconstruyó en ‘Nada, nadie: las voces del temblor’. Pensar en la Poniatowszka es pensar también en ese otro gran reportero y cronista del México de la última mitad del siglo: Carlos Monsiváis, su amigo entrañable, su par, su cómplice. Pero si hay algo que la distinga de él es su pertinaz reivindicación de las mujeres y de sus causas perennemente perdidas. Y allí están para certificarlo los libros que les ha dedicado, desde ‘Hasta no verte, Jesús mío’ hasta ‘Leonora, biografía de Leonora Carrington’.

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