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El fuego

El fuego nos ha visitado y mi esperanza es que gracias al dramatismo con que lo ha hecho sea la voz de alarma que logre despertarnos.

6 de septiembre de 2018 Por: Carlos Jiménez

El fuego nos ha visitado y mi esperanza es que gracias al dramatismo con que lo ha hecho sea la voz de alarma que logre despertarnos.

Que las terribles imágenes del Cerro de Cristo Rey envuelto en llamas hagan mella, por fin, en la indiferencia o la callada resignación con la que recibimos las noticias sobre esos pavorosos incendios de este verano en los campos y los bosques de California o de Portugal, que nos parecen tan remotos, aunque no lo están.

Esas tragedias son nuestras tragedias en la misma medida que las nuestras son también las suyas. Por distintos que seamos los unos de los otros, por distintas nuestras economías, nuestras políticas, nuestras formas de vida y nuestras creencias, todos compartimos este Planeta.

Que es nuestro aunque no sea nuestro ni un palmo del mismo, aunque seamos campesinos sin tierra, emigrantes sin papeles, refugiados sin esperanzas en un centro de internamiento o pobres de solemnidad hacinados en los peores tugurios, esta Tierra es tan nuestra como lo es para los que cuentan por miles o cientos de miles de hectáreas o de metros cuadrados sus propiedades y solo se expongan a los calores del agosto más caliente de los que se tenga registro cuando toman el solo en la cubierta de un yate de ochenta metros de eslora o se dan un chapuzón en la piscina de alguna de sus espléndidas mansiones.

No importa. Todos respiramos el mismo aire, cada vez más contaminado por los gases de efecto invernadero generado por la industria y por el tráfico infinito de aviones, automóviles, buses o camiones. Y cada vez menos desprovisto del remedio o por lo menos del alivio que proporcionan los bosques y las selvas, auténticos pulmones del Planeta.

Los mismos que nosotros destruimos a un ritmo tan vertiginoso como ciego e irresponsable cada hora, cada día, cada semana, cada mes, sin que nadie, ninguna autoridad, ninguna campaña mediática nos recuerde, por ejemplo, que todavía en los años 20 del siglo pasado tanto el cerro de Cristo Rey como el de las Tres Cruces estaba cubiertos de bosques y que la construcción tanto el ferrocarril del Pacífico como la carretera al mar solo fue posible adentrándose en una selva que de tan densa parecía inexpugnable.

Nos urge contar con un partido Verde capaz de luchar de verdad contra el calentamiento global en vez de andar disputando la agenda a los partidos políticos para los que este catastrófico calentamiento no es una prioridad.


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