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Apología de las ostras

Paul Greenberg publicó en el New York Times (31.10.12) una columna titulada...

23 de noviembre de 2012 Por: Carlos Jiménez

Paul Greenberg publicó en el New York Times (31.10.12) una columna titulada An oyster in the storm y motivada por el paso del huracán Sandy, que es admirable tanto por la brillantez del estilo como por lo que supone de respuesta original e imaginativa a las catástrofes naturales que cada vez con mayor frecuencia nos asolan. Él es autor de Four Fish, un libro que defiende la posibilidad y la urgencia de recuperar la pesca artesanal como alternativa a la pesca industrial que está devastando los caladeros de peces en todos los océanos del mundo. Pero en esta ocasión Greenberg se inspiró en la obra de un colega suyo, Mark Kurlansky, titulada The Big Oyster, que reivindica el papel crucial que los bancos de ostras cumplían en el control de las marejadas en la Costa Atlántica de los Estados Unidos. Y especialmente en la que se extiende entre Washington y Boston e incluye a Nueva York. En ese tramo se desplegaban bancos formados por trillones de ostras que “estabilizaban el litoral” y amortiguaban los efectos demoledores de las marejadas tempestuosas. Como la que barrió hace poco al Lower Manhattan impulsada por los vientos huracanados del Sandy.Desgraciadamente estas defensas naturales no han sobrevivido a los estragos causados por cuatro siglos de una colonización que, primero, saqueó con fines comerciales esos bancos y que luego les dio el puntillazo final con los drenajes y los vertidos de escombros exigidos por el vertiginoso crecimiento de Nueva York y de su gigantesco puerto, que llegó a ser el más grande del mundo. Amén de los incontables residuos tóxicos vertidos por las industrias asentadas en las riveras de los ríos Hudson y Ravitan. “Hacia finales de los años 30 -sentencia Greenberg- las ostras y sus beneficios se habían terminado en Nueva York”.En los últimos años, sin embargo -y gracias a la Ley de Aguas Limpias de los 70- tanto las distintas administraciones públicas como las fundaciones ecologistas han multiplicado sus esfuerzos por recuperar esos preciosos bancos de ostras perdidos. Y aunque Greenberg teme que dichos esfuerzos no basten para restaurar el perdido esplendor del reino de las ostras y sus incontables beneficios, cree que estaría muy bien que el próximo huracán encontrara a los neoyorquinos plantando muchas más ostras de las plantadas hasta ahora. Y lo comprendo, porque sólo un cambio radical de la actitud de la gente ante la destrucción de la naturaleza impedirá que esta se consuma.

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