Discriminar
El caso de don José, el anciano músico al que no le permitieron sentarse a la mesa de un restaurante cuando una pareja lo invitó a almorzar, revela una de las características más oscuras y excluyentes de la idiosincrasia colombiana.
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10 de may de 2018, 11:35 p. m.
Actualizado el 21 de abr de 2023, 05:36 p. m.
El caso de don José, el anciano músico al que no le permitieron sentarse a la mesa de un restaurante cuando una pareja lo invitó a almorzar, revela una de las características más oscuras y excluyentes de la idiosincrasia colombiana.
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La famosa frase de “usted no sabe quién soy yo”, en boca de unas élites que se creen intocables, los vehículos con guardaespaldas de los altos dignatarios que infringen a cada paso las leyes de tránsito, los corruptos de ‘buena familia’, a quienes les prolongan sus juicios para que se venzan los términos o son beneficiados con la casa por cárcel, mientras el campesino, el obrero o el desempleado que roba un caldo de gallina en un supermercado es condenado per sé.
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La protesta que inundó las redes sociales en defensa del viejo José debería servir para hacernos una autocrítica como sociedad. ¿Cuál es el trato que las señoras dan a sus empleadas domésticas? Muchas de ellas olvidan que ya no existe la esclavitud.
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Hace algunos días en un condominio de estrato 6, no permitieron a la niñera de un niño con síndrome de down, entrar a la piscina para apoyar su terapia, “porque allí solo podían entrar los patronos”. Tengo una amiga que no volvió a la misa dominical de la iglesia del Berchmans, en el barrio Centenario, porque un ‘desechable’ se atreve a darle la paz.
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Otra distinguida señora piensa irse de su apartamento porque están llegando personas afro a ocupar un sitio donde vive ‘gente decente’. Pero lo increíble es la discriminación de los porteros tanto de grilles, donde prohiben la entrada a los negros, como de los hospitales, donde llegan al extremo de dejar morir pacientes graves por el color de su piel o su vestimenta.
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Y, así hablamos de inclusión en pleno posconflicto, cuando el país está divido entre los buenos que esconden sus crímenes y los otros, los guerrilleros, que quieren dejar atrás la violencia. No. Esos no tienen derecho a nada, solo a volver a la guerra o a que los maten. Después del estremecedor testimonio de Ingrid Betancourt, en la exposición Filbo, ojalá que aquellos que rechazan el Acuerdo de Paz hayan escuchado a alguien como ella, que habiendo sido víctima del ignominioso cautiverio con las Farc, donde la llamaban “flaca, cucha y perra”, sea capaz de promover el perdón y la reconciliación.
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P.D.: A raíz de la presentación de Roberto Prieto ante un juez de Paloquemao, para responder por los cargos en el caso Odebrecht que no aceptó, como tampoco lo hizo Zuluaga, les recomiendo la serie ‘Mecanismo’, de Netflix, donde un anónimo juez de Curitiba lucha por descubrir el entramado de la corrupción en Brasil, que hoy tiene en la cárcel a Lula.
Al juez lo despiden cuando está a punto de desenredar la madeja que conducía al Presidente, a las altas Cortes, al Fiscal general y a los poderosos empresarios de la petrolera estatal. Es ahí donde descubre el ‘mecanismo’ que ata el poder político a una justicia venal. Lo mismo sucede en Colombia, cuya dirigencia se dejó tentar por la corruptora multinacional brasileña y los jueces, fiscales y magistrados coaptados por la mecánica se tapan con la misma cobija.

Subeditora y columnista de El Tiempo 1982-1985. Directora Revista Carrusel 1979-1982. Jefe de Redacción, Asistente de Dirección y columnista de El País, Directora Suplemento Literario El Periódico, Bogotá. Reportera de Cromos 1971-1972. Textos Libro Así es Cali. Fundadora Profesionales por Cali 2001-2003. Directora Comunicaciones Emcali 1989-1995.
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