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Ayer me visitó la muerte 148050

De manera intempestiva ayer me visitó la muerte. Yo estaba dispuesto...

21 de agosto de 2012 Por: Mario Fernando Prado

De manera intempestiva ayer me visitó la muerte. Yo estaba dispuesto a dormirme cuando sentí su presencia a través de un viento frío que inundó mi habitación. En un principio pensé que se trataba de un invierno intempestivo. Pero no, ese chiflón convirtióse en algo helado, hagan de cuenta lo que se siente cuando se abre un congelador y no era cosa distinta que la muerte...Lo primero que hice fue aferrarme a la almohada. De nada valió el Magnun que duerme conmigo bajo el colchón y menos los gritos de auxilio que, por el pavor que experimentaba, no me salían de la garganta. En un principio me pareció igual a la figura que habían mostrado los libros que se ocupan de su figura. Vestida de negro, con una capucha que le tapaba la cara, flaca y cual duende, flotaba unos cuantos centímetros del piso y asía  su terrorífico tridente con sus dos manos deterioradas.Sirirí, empezó diciéndome, “he venido por ti, decisión que venía aplazando por la cantidad de trabajo que tengo y que no me deja un minuto libre”. “Y por qué yo?”, le increpé, siendo que hay otras personas que merecen morir antes que el suscrito, que están enfermas, terminales. “Míreme a mí que con mis 62 y mis 18, doy temple...”. Y me interrumpió enojada: “¿Qué te has creído pajarraco para indicarme a quién me debo llevar? Yo soy autónoma en mis decisiones así que recoge tus pasos, reza cualquier pendejada y vámonos que se me hace tarde”.Me miré. Menos mal lucía una pijama nueva, me había bañado y tenía mil pesos en la billetera. “Acuérdate”, me dijo -como adivinándome el pensamiento- “que adonde vamos no se requieren cosas terrenas”.Quedé peor y solo atine a proponerle que me dejara tocar un último bolero. La parca, para qué, podrá ser la muerte pero logré conmoverla. “Vamos pues al piano”, aceptó y me cogió del brazo con sus huesudas manos.“¿Y qué vas a tocar?”. Se me hizo un nudo en la garganta. Temblaba de pavor. No podía coordinar los movimientos. Sin embargo, me vino a la mente aquella canción de Roberto Cantoral que empieza: “No quiero que te vayas, la noche esta muy fría, abrígame en tus brazos, hasta que llegue el día” y termina, “regálame esta noche, retrásame la muerte”.Cuando las notas de mi viejo Steinway dejaron de sonar, percibí en medio del silencio sepulcral que embargaba el ambiente, unos tenues sollozos, que provenían de ella. Era la mismísima parca, la que había venido por mí, quien dejaba escapar, de lo más profundo de su ser, unos gemidos que antecedieron a unas lágrimas que rodaron cara abajo y luego se depositaron en su túnica negra.“¿Sabes una cosa viejo Sirirí?”, me balbuceó al oído. “Me has conmovido. Llevo en este trabajo años, siglos y nadie me había suplicado, con un bolero que llaman ustedes los mortales, que aplazara una determinación. Todo el mundo lo que hace es recibirme mal, insultarme y pordebajearme. Incluso los terminales y los suicidas me tienen como  gancho ciego  y en últimas terminó pagando los platos rotos. En cambio contigo ha sido distinto. Ah, ¿cómo se llama el compositor?”. “Roberto Cantoral”,  le respondí. “Y ya te lo llevaste”. La parca solo optó por contestarme: “Es que con tanta gente que me toca tratar, una no puede recordar a todo el mundo”.“¿Qué va a ser de mí?”, le pregunté con timidez. La parca pensó unos segundos y me susurró: “Acompáñame”. Pensé que me llevaría. “No, pajarraco”, expresó luego de leerme nuevamente el pensamiento. “Hoy no va a ser”. “¿Entonces cuando?”. “El día menos pensado”, respondió.Cerré la puerta con algo de triunfalismo y satisfacción. No es que la espere con frenesí. Pero que vuelve, ¡vuelve!

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