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Un nuevo templo

El templo de Jerusalén era un espacio sagrado, donde la presencia de...

8 de marzo de 2015 Por: Arquidiócesis de Cali

El templo de Jerusalén era un espacio sagrado, donde la presencia de Dios se hacía patente. Jesús amaba el templo, tanto es así que lo llama “la casa del Padre”. Repetidas veces en la historia bíblica, el templo había sido profanado desde fuera, por reyes impíos de Judá o por invasores extranjeros. Cada vez que eso ocurría el pueblo se sentía en el deber de purificarlo. Jesús, en cambio, lo encontró profanado desde dentro. Algunos sectores de la clase alta judía, sobre todo la familia de Anás monopolizaban la administración del templo. Para aumentar los ingresos no tenían reparo en fomentar un negocio abusivo en el recinto sagrado. Al estilo de los profetas del Antiguo Testamento, Jesús denunció públicamente estos abusos con un signo impresionante: látigo en mano expulsa a los mercaderes. Lo apropiado en el templo es la donación (él óbolo de la viuda), lo adecuado en el templo es la oración, lugar del encuentro entre Dios y su pueblo. La purificación del templo expresa la preocupación de Jesús por el recinto sagrado. Jesús no era un ilustrado desentendido del culto que ponía en el centro de su mensaje una ética liberada de toda referencia cultual. De ninguna manera, más bien ante el gesto simbólico que realiza Jesús en el templo, él responde con una profecía velada sobre su muerte y resurrección. El nuevo templo es su cuerpo, el cuerpo de Jesús resucitado. El Apóstol san Pablo extenderá esa reflexión a todos los creyentes y dirigiéndose a los cristianos de Corinto les dirá que como están unidos a Cristo son por esa razón “templo del Espíritu Santo”.El final de la actividad de Jesús es de corte dramático. Tras un breve periodo de intervención pública es ejecutado. Ha perdido la vida. ¿Por qué afirmamos los creyentes que allí no terminó todo? ¿Por qué confesamos públicamente que Jesús vive, que ha resucitado? La resurrección significa que morir no es disolverse en la nada como una bengala, que arde y se consume. El Jesús que expulsa a los mercaderes del templo está recuperando para todos los tiempos una verdad olvidada: el amor es indestructible, todo amor, incluso todo enamoramiento, significa dar vida, regalarla. Tal vez son nuestros tristes corazones los que no arden en amor y por eso no sobrepasamos el nivel epidérmico de la vida. Se acerca para los creyentes un “tiempo fuerte”, lo llamamos Semana Santa. Para unos descanso, para otros, reflexión, silencio, para muchos celebración profunda del amor grande de Dios patentizado en su Hijo Jesucristo, vencedor de la muerte y de todo aquello que destruye la vida. Busquemos a Cristo, el nuevo templo, de él brotan signos nuevos que los creyentes llamamos Sacramentos, en ellos y por ellos celebramos una nueva liturgia, es decir, experimentamos la vida nueva del resucitado.

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