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Seguridad alimentaria humana

Los esfuerzos de la humanidad globalizada deberían concentrarse en proteger, más allá...

3 de agosto de 2014 Por: Arquidiócesis de Cali

Los esfuerzos de la humanidad globalizada deberían concentrarse en proteger, más allá de los modelos económicos y el libre mercado, la capacidad del planeta para albergar y sustentar a la humanidad. Porque la tierra es la casa de la humanidad, enmarcada en el universo del sistema solar y del cosmos. Tierra, vida y conciencia humana son realidades que se pertenecen y requieren caminar de acuerdo. Sobre todo, necesitamos resolver con apremio la satisfacción planetaria de las ‘necesidades vitales¿, que para humanos (conciencia) y universo biológico (biosfera), son distintas pero compartidas: aire, agua, espacio, abrigo, pan, salud, etc. La Palabra de este domingo gira sobre la saciedad de estas necesidades vitales, al lado de otras más profundamente humanas: la del amor, la gratuidad, la providencia de Dios, la solidaridad y el servicio entre humanos. Beber agua, vino, leche, comer pan, pescado, saborear platos sustanciosos hasta quedar hartos, todo de gratis, sin tener que pagar, ni ir a las tiendas a comprar, ni estar condicionado a un salario, son formas de decir que la satisfacción de esas necesidades vitales deben estar garantizadas por la humanidad global, sin dejarlas a la injusta ley del comercio y al imperio del dinero. Si Dios garantiza un universo creado con tres cuartas partes de agua, con dos océanos (¿dos peces?) y cinco continentes (¿cinco panes?) y una tierra capaz de dar lo que se siembra y lo que alberga en el subsuelo, ¿por qué no hay agua potable, alimentación, albergue y salud garantizadas como piso para volvernos “humanidad” y no mera especie que compite inmisericordemente por la riqueza? “Abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente”, proclama el salmo responsorial (144). ¿Será la humanidad capaz de volver a comer de la mano de Dios? Para llegar a esa “seguridad alimentaria humana”, necesitamos ser capaces de comer de la mano de Jesús que multiplica la vida, tomando el pan y el pescado en sus manos, bendiciéndolos, partiéndolos y dándolos para todos: ¡Volver a Comulgar en la Eucaristía! Los cinco mil hombres, más las mujeres y los niños que no eran contables entonces, y los doce cestos (totalidad de pueblos de la tierra), requieren que la conciencia, la vida y la tierra se unan para construir sobre esa gratuidad fundamental (Dios), el resto de cultura y mundo que los perfeccione. ¡Así sea!

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