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Hombres interesantes

En el mundo actual qué difícil es necesitar de Dios cuando se confía en las propias capacidades, en los títulos, en los bienes.

27 de octubre de 2019 Por: Vicky Perea García

Por: monseñor José Roberto Ospina Leongómez, obispo de Buga

Jesús nos sigue sorprendiendo con sus parábolas llenas de picardía y contrastes. En este domingo, Lc 18,9-14, presenta la parábola del fariseo y el publicano. Dice el evangelista: “Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: dos hombres subieron al templo a orar, uno era fariseo, otro publicano. El fariseo de pie oraba en su interior de esta manera: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: codiciosos, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.

Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias. En cambio el publicano manteniéndose a distancia, no se atrevía a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador. Les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado, y el que se humille, será ensalzado”.

El fariseo es un hombre interesante, recto, cumplidor de la ley, que paga el diezmo, es exigente consigo mismo al ayunar, no es adúltero ni ladrón ni injusto. Es decir, una persona íntegra, en todo sentido. Entonces, ¿por qué lo descalifica Jesús? Por dos cosas: se compara con el publicano y con los demás, y porque no necesita de Dios. Viene a orar para decirle a Dios que él “es una maravilla” de persona, casi para que Dios lo alabe y lo felicite.

La actitud del recaudador de impuestos (publicano) es otra: necesita de Dios y por eso sube a orar, para pedir misericordia.

En el mundo actual qué difícil es necesitar de Dios cuando se confía en las propias capacidades, en los títulos, en los bienes. Hay un ateísmo práctico: el hombre no necesita a Dios, se basta a sí mismo. A veces oramos como el fariseo, sin entender que desde dentro de nosotros mismos está la Trinidad moviéndonos al bien y la virtud; nos cuesta reconocer esa maravillosa presencia divina que va más allá de nuestras fuerzas, que nos perdona cuando fallamos si acudimos a Él, y que nos hace humildes al aceptar al otro como es y evitar compararnos con los demás; que nos hace reconocer que son muchas las personas que nos han ayudado a ser lo que hoy somos, que hemos tenido circunstancias diferentes en la formación, en la familia, en las oportunidades… Qué fácil es señalar con el dedo a los demás descalificándolos… Qué duros somos en nuestros juicios y en la manera como nos referimos a los otros.
Que el Señor nos ayude en esta semana a darle gracias por su amor, por su misericordia, por su presencia interior y por cada persona que hallemos en el camino. Que con su gracia, podamos decir: “Ten misericordia de mí que soy un pobre pecador”, es decir: te necesito, Señor.

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