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Los dos Albertos que se fueron

Anzola era un lector infatigable interesado siempre en temas económicos y políticos, los cuales analizaba con admirable lucidez. Gran contertulio, afectuoso miembro de familia

11 de abril de 2021 Por: Antonio de Roux

Hace tres días, en plena época de incertidumbre y amenaza vital, cuando más necesitamos las luces de la experiencia para desbrozar caminos y mantener el espíritu en alto, partieron de este mundo dos vallecaucanos ejemplares quienes llevaban el mismo nombre.

Uno era Alberto Silva Scarpetta y el otro Alberto Anzola Jiménez. A estos seres especiales, caballeros sin tacha, amigos entrañables, los unió el trasiego laboral y existencial en la ciudad de las palmas; también el amor al campo y el empeño por engrandecer nuestra región trayéndole mejores días.

Alberto Anzola se formó como economista, vinculándose joven al servicio de un conocido grupo agroindustrial que años después llegaría a presidir. En su brillante carrera se distinguió por el profesionalismo y el espíritu pionero, dispensando apoyo decidido a la expansión internacional de su conglomerado.

Anzola era un lector infatigable interesado siempre en temas económicos y políticos, los cuales analizaba con admirable lucidez. Gran contertulio, afectuoso miembro de familia, su ánimo de colaboración lo llevaría a aceptar responsabilidades ciudadanas como la presidencia del club América. En materia política fue entusiasta seguidor del liberalismo democrático con sentido social.

Durante los últimos años de su larga vida Alberto Anzola se apasionó por el desarrollo regional. Sus preocupaciones se centraron en la indiferencia y los abusos del Estado central hacia el Valle, especialmente en lo relacionado con la infraestructura.

Alberto Silva Scarpetta por su parte, se tituló en ciencias agropecuarias circunstancia que le llevó a conocer profundamente la ruralidad, la fauna y los recursos naturales de Colombia. Su curiosidad incesante despertaría el deseo por indagar sobre relatos de antaño y la parábola vital de antepasados como Mateo Scarpetta Guariglia, nacido en el reino de Nápoles y padre de los Scarpetta Roo, algunos de los cuales fueron héroes en los combates libertarios del Suroccidente. Se perfilaba así en Alberto Silva la vocación de investigador e historiador riguroso, quien sabía expresar sus hallazgos en páginas de nítida prosa.

El recorrido intelectual de este hijo de Palmira tuvo una relevancia singular para los vallecaucanos. Gracias a sus estudios comenzamos a tomar conciencia del aporte determinante efectuado por nuestra región a la independencia de Colombia. Un reconocimiento que el centralismo estatal nos arrebató a través de la estrategia del ‘ninguneo’. Como si solo hubiesen existido las batallas de Boyacá y Pantano de Vargas, apenas escaramuzas comparadas con los enfrentamientos librados en el sur.

Y es que en esta parte del país en vez de patria boba hubo por años guerra venteada entre patriotas y chapetones. Las grandes batallas y el primer combate naval de nuestra historia se libraron en esta zona con tropas y pertrechos vallecaucanos. Más aún, aquí aprovisionamos a Bolívar y Sucre para que marcharan a obtener la libertad de Ecuador y Perú.

La tarea que nos deja Silva es difundir estas verdades ante la opinión pública del país. Sería la mejor manera de honrar su memoria y reivindicar la dignidad de nuestra región como protagonista principal en la construcción de la nacionalidad.

Dos Albertos, dos personas excepcionales y un solo propósito: engrandecer nuestro Valle del Cauca. Ojalá fuéramos capaces de seguir su ejemplo.

Sigue en Twitter @antoderoux