Al borde del abismo
Solo en un ambiente de respeto absoluto a la vida podrá darse el diálogo de reconciliación que el país reclama y que representa la única solución posible.
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9 de may de 2021, 11:50 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 07:00 a. m.
Sería torpe negar que en Colombia venían gestándose las condiciones para un estallido social. Entre las causas del malestar podrían mencionarse la corrupción de la actividad política; la inoperante institucionalidad del Estado sometida en buena medida a intereses particulares; los sueños frustrados de multitud de jóvenes al no tener acceso a la educación universitaria ni al empleo; un sistema laboral indiferente ante la población desempleada, y una pobreza que no cede.
En medio de tanto desencanto llegó el Covid como rayo en bosque seco, sobrepasando las capacidades del Estado. A esto vino a sumarse una reforma tributaria excesiva en sus pretensiones, carente de sentido de la realidad, y absolutamente inoportuna.
Los párrafos anteriores llevan a explicar las expresiones de descontento, las movilizaciones y el paro. Lo grave es que con posterioridad ha continuado una dinámica que lejos de conducir a soluciones podría sumirnos en una tragedia brutal, insospechada.
Digo tragedia porque cada día se hace más claro que en algunos activistas parece existir el propósito de golpear y ahogar una población civil laboriosa repartida en todos los estratos socioeconómicos de esta ciudad, cuyo ‘pecado’ sería el deseo de trabajar, alimentarse o recuperar la salud. No de otra manera pueden entenderse los bloqueos que están causando falta de alimentos, medicinas, combustibles y transporte; produciendo víctimas fatales con la misma eficacia que lo hacen las armas de fuego.
Mientras la comida desaparece; mientras los enfermos mueren ante las barricadas que trancaron su camino al hospital, o por la falta de medicinas que no pasaron los obstáculos, algunos impulsores del paro continuado se mueven en lo internacional denunciando las violaciones a los derechos humanos por parte de la Fuerza Pública. Pero esos protagonistas y sus aliados ocultan la violación sistemática al derecho a la vida, y la emergencia humana impuestas por los bloqueos sobre dos millones y medio de caleños. Una situación que nuestros ciudadanos están en mora de denunciar con firmeza ante los medios de comunicación del exterior y los organismos internacionales.
En Cali se está cocinando un coctel siniestro que debe desmontarse cuanto antes. La inmensa mayoría de los caleños cuyo talante es pacífico y amable están padeciendo aislamiento, las sombras del hambre y el temor por sus vidas. Tienen la autoestima rota, la dignidad violentada, y su ciudad semidestruida.
Esta acumulación de sinsabores más la indiferencia estatal, pueden llevar a que los habitantes ya contra la pared, intenten garantizarse por mano propia la libertad y la seguridad a las que tienen derecho. Se abriría así el espacio para el enfrentamiento armado; lo único que falta para quedar sumergidos en un baño de sangre y en el caos total. Pero tal sería el producto doloroso e indeseable de los abusos combinados con la impotencia.
Los caleños de convicciones humanitarias debemos implorar a quienes se han metido a hacer bloqueos, incluyendo a los indígenas caucanos, que renuncien a esa estrategia. Ella es tan letal como las balas que segaron las vidas de marchantes en episodios que merecen investigarse con rigor.
Solo en un ambiente de respeto absoluto a la vida podrá darse el diálogo de reconciliación que el país reclama y que representa la única solución posible.
Sigue en Twitter @antoderoux

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.
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