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Se fue Dayana

Duró solo 14 años y una de esas endemoniadas invenciones del ser humano que supuestamente sirven para mejorar la calidad de vida se la llevó sin compasión arroyándola bajo sus nefastas ruedas y terminando en un abrir y cerrar de ojos con su corta existencia.

27 de febrero de 2020 Por: Angela Cuevas de Dolmetsch

Duró solo 14 años y una de esas endemoniadas invenciones del ser humano que supuestamente sirven para mejorar la calidad de vida se la llevó sin compasión arroyándola bajo sus nefastas ruedas y terminando en un abrir y cerrar de ojos con su corta existencia.

Era un domingo de febrero bisiesto, se vistió de amarillo para la fiesta, se maquilló al escondido pues su padre se lo tenía prohibido y le pidió a su hermano que la llevara en moto al Lauro pocos kilómetros más allá de Nashira, la ciudadela ecológica donde vivía feliz con su madre y hermano.

Su padre, un cascarrabias, los había abandonado hacía ya algunos años. Para Navidad le compraba juguetes costosos que a ella le daba pena utilizarlos con sus amigos más pobres. Ahora en su adolescencia la celaba injustamente, no permitiéndole responder a los coqueteos de sus compañeros.

Ese día fue el cumpleaños de Viviana y había pasado feliz. Eran las 8 de la noche cuando Dayana y Marta Elena salieron a la carretera principal a esperar a Josué que venía por ella en moto. Estuvieron tratando de chatear en la oscuridad cuando de pronto se les cerró el horizonte y terminaron en un charco de sangre. Marta Elena escapó de milagro pero Dayana solo sobrevivió pocos minutos no alcanzando a esperar la ambulancia que solo llegó cuando ya había dejado de respirar.

Dayana era una niña linda, tenía pelo largo y frondoso y en su cara de rasgos mulatos sobresalían unos grandes ojos verdes. Decían que su abuela en su juventud había quedado embarazada de un antioqueño rubio y oji zarco que así como apareció un día se fue sin acordarse de que en el vientre de Lucrecia Santacoloma había dejado unos ojos de gata parda que brillaban en la oscuridad.

Cuando llegó la noticia a la ecoaldea Nashira, nadie podía creerlo. Lloraban los niños, los adolescentes y los viejos, todos la veían llegar del colegio con su enorme sonrisa. Esa noche de trágicos horrores nadie durmió. Ella llegó el día siguiente en su ataúd blanco; Gloria, su madre, vino con ella y haciendo un gran esfuerzo trató de saludar a los asistentes irrumpiendo en el llanto de madre que le arrancan de lo más profundo del vientre a esa hija que tanto quiso. Parecía enloquecida, la llamaba sin saber si en el más allá en el reino de los ángeles iba a oír su voz cristalina.

Todo el pueblo acudió al entierro. Era como si al acompañarla le devolvieran la vida. El colegio la despidió con nota de estilo y los compañeros arroparon el féretro con la bandera de la institución mientras que 14 globos blancos le hicieron compañía en su viaje hacia la eternidad. Al día siguiente un pajarito amarillo se posó en la rama de la moringa florecida y desde ese día viene a diario a endulzar con su presencia la vida de la ecoaldea.

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