Se profundiza la polarización

La orden de detención domiciliaria contra el senador Álvaro Uribe causó sorpresa, indignación y euforia. Para sus seguidores significó una afrenta y para sus enemigos un triunfo.

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18 de ago de 2020, 11:50 p. m.

Actualizado el 25 de abr de 2023, 05:36 a. m.

La orden de detención domiciliaria contra el senador Álvaro Uribe causó sorpresa, indignación y euforia. Para sus seguidores significó una afrenta y para sus enemigos un triunfo.

Los antecedentes demuestran la existencia de proclividad política en la Justicia. Desde hace no poco tiempo y a raíz de la Constitución de 1991, la Justicia se contaminó de las prácticas de la perversa politiquería, muy distante de los principios que deben orientar la conducta de los jueces.

Francamente es incomprensible que tan solo un año después de que la JEP y la Corte Suprema dejaran en libertad incondicional a ‘Jesús Santrich’, miembro negociador de las Farc, acusado con pruebas por un juzgado de Nueva York por narcotráfico, con base en la falacia que se requería comprobar las pruebas y en su estatus de congresista, la Corte Suprema decretara la prisión domiciliaria al expresidente y senador Álvaro Uribe.

La restricción de la libertad se decide para evitar la obstrucción a la Justicia, que el imputado sea un peligro para sociedad o que exista riesgo de evasión del acusado. Difícil justificar cualquiera de estas causas en el caso del Dr. Álvaro Uribe. En cambio, sí conocemos la conducta posterior a su liberación del Sr. ‘Santrich’.

Se trata por lo tanto de una decisión muy controversial, de 1554 páginas, con idioma alambicado. Además, desde mucho antes existía clara certidumbre de desacuerdos por tensiones entre la Corte y el expresidente, lo cual profundiza las dudas de que fuese una decisión imparcial.

Estas son las evidencias que llevan a las personas del común a concluir que existe proclividad política en la actuación de la Corte.

Otro aspecto que potencializa la gravedad de este hecho es el impacto que produjo en la opinión pública, profundizando y exacerbando la polarización política en ambos lados del espectro político.

De contera se vulneró la credibilidad en las instituciones, condición sine qua non, para que prevalezca la estabilidad de la democracia y la convivencia ciudadana.

Cada vez más los bandos se distancian, se calumnian y se insultan. Se convierten en sectas. La cordura y la ponderación desaparece. La pasión enceguece a los actores. Cuando los dos contrarios tratan de opinar, sus intercambios se convierten en diálogos de sordos. Lo vemos a diario en la política actual.

De las palabras a los hechos violentos existe un corto trecho.
Infortunadamente nuestra historia está plagada de enfrentamientos bélicos y de violencia. Como si esto fuese poco, las redes sociales e influyentes medios de comunicación atizan la hoguera y se complacen en hacerlo.

Ahora sufrimos circunstancias inéditas debido a la pandemia, cuyas consecuencias económicas demandarán sacrificios difíciles de superar.
Las condiciones actuales exigen la unión para afrontar los retos que enfrentamos y los que se nos avecinan.

Los problemas los conocemos. Debemos superar la recesión, crear aceleradamente el empleo, luchar para lograr una mayor equidad, abolir la corrupción, erradicar el narcotráfico, aclimatar la paz y la concordia, respetando la diversidad, hacer que el bienestar llegue a todos los rincones del país, sin exclusiones. Para lograr estos objetivos se necesita apaciguar los ánimos y obrar con grandeza.

Ojalá algunos jefes sensatos, de ambos lados, comprendan la gravedad del momento.

Economista de profesión. Empresario con experiencia en el sector público y privado. Columnista de El País desde hace varios años.

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