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Las barras salvajes

No de otra manera se puede calificar un grupo de mal llamados hinchas, que atentan contra la vida de jóvenes, por la simple razón de que les gustan otros equipos.

13 de junio de 2017 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

No de otra manera se puede calificar un grupo de mal llamados hinchas, que atentan contra la vida de jóvenes, por la simple razón de que les gustan otros equipos. Son personas con tendencias criminales, de quienes el odio, el rencor y la ausencia de principios éticos, morales y humanos prevalece sobre cualquier otro sentimiento o motivación. Lanzan piedras contra vehículos. Atemorizan los vecindarios de los escenarios deportivos. Acercarse a sus inmediaciones en los días de los eventos es un riesgo que espanta. Definirlas como barras de equipos de fútbol es una falacia.

Prevenir su actuación es un deber de las autoridades y una obligación de los dirigentes deportivos. Bien obró el alcalde Armitage prohibiendo la entrada del público al Estadio Pascual Guerrero para el clásico América y Cali, con el fin evitar los posibles actos vandálicos, como los que se presentaron en el partido anterior.

Soy aficionado al fútbol desde que tengo uso de razón. Jugué en las ligas menores del América y del Cali, aunque mis afectos siempre estuvieron aferrados a la divisa escarlata. Fui socio del América y por dos años formé parte de su Junta. En mi programa dominical casi siempre figuraba la asistencia al estadio sanfernandino. Dejé de frecuentarlo y se enfrió mi afición al fútbol colombiano, cuando los dineros de la droga comenzaron a permear los equipos. Ahora soy un televidente del fútbol europeo y en especial de la ‘Champions’. Allí se está viendo la mejor expresión de este deporte, extrañamente tan universal y tan popular.

Me duele que ya no se puede asistir al estadio con la familia. No vale la pena asumir los riesgos que esto implica.

A los vándalos aficionados no se los puede controlar a punta de policías. A quienes les corresponde cambiar su actitud es a los dirigentes de los equipos. Las instituciones son las que reciben los perjuicios de los enfermizos comportamientos de sus seguidores.

Quisiera ver la actitud de los dirigentes si fuesen dueños de viviendas en el vecindario del Estadio Pascual Guerrero. Seguramente harían lo imposible para establecer programas y controles a esos desadaptados hinchas.

Son los dirigentes de los equipos, las personas más responsables de los desmanes de la afición, claro que las autoridades deben coadyuvar sus esfuerzos, pero son ellos a quienes les corresponde tomar la iniciativa de modificar los comportamientos. En sus manos, más que en las de las autoridades, está la posibilidad de implementar programas que cambien las actitudes vandálicas de los aficionados. Los mismos jugadores podrían jugar un papel importante. Se trata de un buen negocio para los equipos, si cualquier persona pudiese asistir a los partidos con tranquilidad. Es un error pretender incrementar la asistencia fortaleciendo las barras bravas. Se afirma que muchos de los malandros desadaptados tienen entradas gratis y que algunos dirigentes los alientan y estimulan.

No me cabe la menor duda de que son muchos los aficionados que asistirían a los espectáculos si existiera seguridad, si el orden y el respeto prevaleciera. Basta observar el numeroso público de los estadios europeos, plagados de adolescentes, parejas jóvenes y personas de la tercera edad alentando a sus equipos, en especial en los clásicos, cuando se convierte en el espectáculo preferido, por más de 80 mil espectadores.