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El semblante de Cali

Para hablar sobre este tema se requiere desprenderse de afectos y ataduras que a través de los años nos han ligado a esta querida tierra que nos vio nacer.

3 de marzo de 2020 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

Para hablar sobre este tema se requiere desprenderse de afectos y ataduras que a través de los años nos han ligado a esta querida tierra que nos vio nacer.

Nuestra localización geográfica es inmejorable. Nos bañan hermosos ríos, y nos circundan colinas, cerros y unos farallones majestuosos que nos separan del mar. La naturaleza es exuberante y pródiga; árboles gigantes en medio de verdes praderas. Un clima estupendo. Cuando el calor arrecia al medio día, se compensa en la tarde con esa refrescante brisa que desciende de la montaña. Sin embargo, quienes nos visitan por primera vez y caminan en medio de la ciudad, también aprecian lo que nos debe avergonzar.

En todos los rincones del área urbana, observamos edificios sin terminar, esqueletos desvencijados, otros abandonados, cuyas puertas y ventanas se encuentran tapiadas. Obras arquitectónicas del pasado reciente, semiderruidas, sus fachadas y sus paredes lucen como si acabasen de sufrir un bombardeo, como esos que vemos en las películas de la II Guerra Mundial.

No he comprendido por qué las autoridades locales y el Concejo se hacen los de la vista gorda. Sobre el tema de la presentación se legisla en otras latitudes. En Manhattan se imponen multas a los edificios que no reparen sus fachadas cada cierto tiempo. Por eso podemos apreciar edificaciones antiguas perfectamente conservadas y utilizadas.

Luego, cuando quieren conocer el centro de la ciudad se encuentran con un tumulto de vendedores, irónicamente calificados como ambulantes, que impiden la libre circulación e invaden los andenes, las calles de los peatones. Un mercado persa en el corazón de la urbe, cuyos poseedores se pelean a mordiscos el espacio público para adueñarse de uno cuantos metros cuadrados.

Cuando esos visitantes se animan a conocer de dónde proviene la brisa, no encuentran transporte público distinto al de unos vehículos desvencijados, ensamblados a punta de piezas de diversos orígenes, que vale la pena saber cómo pueden cumplir satisfactoriamente con el requisito de la revisión técnico-mecánica, un trámite muy exigente para los vehículos particulares, cuya utilización solo constituye un riesgo para su dueño.

Basta mirar a nuestro alrededor y ver como pululan las amenazantes concertinas con elementos cortantes que se utilizan en las cárceles para evitar las fugas. Parece que en Cali abundaran las prisiones en los edificios y en las casas.

Habitamos bajo una telaraña de cables y postes que se multiplican como hongos. La economía moderna nos ha brindado el beneficio de las comunicaciones. El internet no es un lujo, se trata de una necesidad. Los cables constituyen el mejor conductor de la información. Cada vez más empresas ofrecen servicios de cableado hasta las residencias. Lo que existe es una afrenta a la vista. Quien camine erguido y mire con la frente en alto, lo primero que verá es una maraña de cables.

Nos enorgullece la arborización de la ciudad, quizás la más frondosa de Colombia. Ceibas, samanes, cámbulos, cadmias, guayacanes, adornan las zonas verdes de nuestras calles. Para que las ramas de los árboles no interfieran con los cables se cortan de cualquier manera. Las comunicaciones tienen la prioridad. Impasibles vemos mutilar sin compasión los árboles. Los cables pueden canalizarse y enterrar, como se ha hecho en muchas ciudades.