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Dos mil veinte

El coronavirus ha alterado nuestras costumbres. Algunos nuevos hábitos perdurarán.

22 de diciembre de 2020 Por: Vicky Perea García

Este será un año para recordar, un año que para las generaciones venideras se convertirá en un referente. No es la primer pandemia, han existido otras más letales, no obstante, la actual abarcó todo del globo terráqueo al mismo tiempo, por lo tanto, afectó a todos los países, produjo una profunda recesión económica, aceleró la investigación de la vacuna que salió al mercado en tiempo récord.

Por primera vez se afectó la economía mundial súbitamente, produciendo múltiples sorpresas y restricciones. Imposible describir todas las implicaciones. Unas obvias, como el gigantesco desempleo; otras extrañas, como el descrédito de jefes de Estado arrogantes, cuyas reacciones fueron las de ignorar lo evidente. El presidente López Obrador pensó que la raza mexicana era resistente al virus, el presidente Trump la calificó como una simple gripa, sin trascendencia y la utilizó políticamente creyendo que su actitud lo beneficiaba para su reelección, tremendo error. Otro jefe de Estado que desestimó sus efectos fue el primer ministro de Inglaterra Johnson, hasta que se contagió.

Los gobiernos relevaron su importancia. Para disminuir el impacto económico nos forzó a trabajar desde la casa. Por fortuna, las nuevas tecnologías nos dieron la mano. Qué hubiera ocurrido si este virus nos hubiese envestido quince o veinte años atrás, con internet incipiente, sin los software disponibles hoy en día, sin teléfonos inteligentes, sin WhatsApp, sin la difusión de computadores que existe en la actualidad; la realidad es que el desastre hubiese sido intolerable.

Han existido negocios beneficiados por la pandemia como Zoom, los hospitales, la mensajería, el internet, los giros y las compras electrónicas, los negocios como Netflix, Amazon, o YouTube, en general la tecnología. Otros en cambio se han visto terriblemente afectados como la educación, las ventas en almacenes, los hoteles, las líneas aéreas, el turismo, los bares y restaurante, para mencionar unos cuantos.

El coronavirus ha alterado nuestras costumbres. Algunos nuevos hábitos perdurarán. Los viajes de negocios se disminuirán. El trabajo en casa se consolidará para muchas actividades. Se intensificará la mezcla de educación presencial y virtual, y la educación a distancia. Estas nuevas modalidades beneficiarán a las comunidades remotas, donde la calidad de la educación deja mucho que desear. La telemedicina florecerá evitando la consulta presencial.

Nos ha ayudado a disfrutar la vida en convivencia con nuestras familias. Claro está que para algunas personas no ha sido fácil. La unión familiar se ha fortalecido y en algunos casos debilitado.

Hemos también sentido la necesidad de la convivencia con nuestros amigos. Ahora apreciamos más la vida en comunidad y extrañamos las gratas satisfacciones que obteníamos al reunirnos. Extrañamos el libre albedrío, poder desplazarnos y viajar a donde nos dé la gana. La imposibilidad de asistir a espectáculos, cine, fiestas, fútbol, etc. nos mortifican.

Caímos en cuenta súbitamente de la vulnerabilidad de la raza humana. Somos frágiles, y no tan fuertes y sabios como algunos creen. Brilló de nuevo la humildad y la necesaria solidaridad.

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PD. La academia y la educación, regional y nacional, perdió recientemente un adalid, Emilio Aljure, después de una larga y penosa enfermedad.