Desidia e indiferencia
No es de extrañar que estemos disputando el campeonato de la inseguridad y que salir a caminar a la calle sea un acto de valentía.
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16 de ago de 2022, 11:50 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 05:01 a. m.
Para asistir a mi oficina viajo en carro un trayecto muy corto. En su recorrido atravieso el barrio La Campiña donde hace prácticamente un año trabajaron para reparar una cuadra de alcantarillado.
Ahora están construyendo unos pasos peatonales y demoliendo los andenes de unas zonas verdes en el separador que divide a La Flora y el centro comercial Chipichape. Es raro observar avances. Comenzaron el trabajo con entusiasmo y hoy los escombros yacen donde se demolieron.
Han rodeado la zona de trabajo con esas espantosas cortinas de plástico, la misma clase que se utilizó para ocultar las obras del pequeño parque aledaño a la Alcaldía por más de cinco años.
En la Avenida Sexta existe un separador construido desde hace muchos años, actualmente semidestruido. Están pintando de amarillo sus ruinas. Es un bien mostrenco abandonado a su suerte. Nos acostumbramos a aceptar el deterioro.
Espero que las obras aludidas no se rezaguen un lapso de tiempo parecido al del parque del Río Cali o el puente de Juanchito, para solo mencionar dos obras en beneficio de la brevedad. Los trabajos públicos en Cali tardan eternidades desde hace varios años y ahora en lugar de mejorar, la paquidermia se ha profundizado. En el pasado no era así, nos enorgullecía ver avanzar los trabajos de la firma Pinsky que concluía las obras antes de lo acordado.
En los recorridos por la ciudad nos tropezamos continuamente con viviendas semidestruidas que parecen esqueletos desvencijados. Para donde se vaya en la ciudad se observan construcciones abandonadas, carcomidas por los años. En otras latitudes dichas construcciones son sancionadas económicamente y con el tiempo obligadas a ser demolidas. En nuestra comarca se aceptan, la administración las ignora.
Buena parte de las calles de la ciudad se encuentran en un estado vergonzante, un riesgo inminente para las motos y los carros. El día que funcionan todos los semáforos es un milagro. Los andenes, ¿cuáles andenes? Las pocas excepciones son invadidas por ventas ‘ambulantes. Los peatones en Cali carecen de derechos, sus espacios para circular no existen. La Alcaldía es ciega.
Vale la pena anotar que las zonas verdes funcionan como oasis. Están bien conservadas, al menos por donde me movilizo. Por eso son apetecidas por los ciudadanos. Son disfrutadas por muchas personas de variedad de sexos y edades.
Quienes transitamos con frecuencia por la carretera al mar vemos cómo se construyen a diario viviendas y locales comerciales al pie de la calzada. Qué tal las famosas güalas, autorizadas para el trasporte público. Vehículos hechizos de partes improvisadas. ¿Dónde obtienen los permisos técnicos?
Lo atractivo de Cali es la calidez de sus habitantes. El entorno físico da pena, exceptuando unos pocos lugares apetecidos como el zoológico o el museo de La Tertulia. La apariencia es muy importante, en especial para la autoestima; pregúnteselo a su señora o a su hija.
No es de extrañar que estemos disputando el campeonato de la inseguridad y que salir a caminar a la calle sea un acto de valentía.
Carecemos de autoridad. Dicen que los errores de los arquitectos los ocultan con vegetación, los funcionarios públicos con discursos y los médicos con tierra.
Me duele escribir esta nota, hubiese querido abundar en alabanzas.

Economista de profesión. Empresario con experiencia en el sector público y privado. Columnista de El País desde hace varios años.
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