Se fue
Los caleños siempre nos hemos sentido muy orgullosos de nuestra cultura. La hemos considerado un ícono importante de nuestra ciudad, capaz de atraer turistas de todas partes del mundo. La gastronomía, la música y el baile son algunas de esas expresiones que hacen evidente nuestra riqueza cultural. Prueba de esto es la acogida que tienen festivales como el Petronio Álvarez o Ajazzgo, incluso la Feria de Cali.
Sin embargo, la riqueza cultural va más allá de los grandes eventos. La riqueza cultural de una ciudad se evidencia también en el comportamiento de sus ciudadanos. La cultura ciudadana o civismo en otras épocas fue igualmente motivo de orgullo y reconocimiento.
Infortunadamente, desde finales de la década de los 80, Cali comenzó a vivir un deterioro en indicadores importantes de cultura ciudadana. La aparición del narcotráfico ha sido considerada la principal causante.
Aunque algunos gobiernos han hecho esfuerzos por recuperar hábitos de comportamiento deseables, estos solo han dado pequeños resultados. Hoy en la ciudad se evidencia un comportamiento salvaje y anárquico por parte de sus ciudadanos.
La anarquía y la falta de respeto se volvió contagiosa. Los caleños tenemos que padecer la falta de cultura en nuestro día a día. En las calles se perdió el respeto por el carril del MÍO. No se obedecen las señales de tránsito más elementales, los semáforos parecen invisibles y se invaden los espacios destinados exclusivamente para peatones o bicicletas.
Aunque es cierto que la ausencia de autoridad y falta de liderazgo puede incidir en este tipo de comportamiento, como sociedad debemos hacernos una autocrítica.
Con motivo de la Copa Suramericana sub-20 de fútbol, asistí en compañía de mi familia para disfrutar lo que creía iba a ser un evento similar a los Juegos Mundiales o las paradas de ciclismo. Eventos deportivos donde gracias a la ausencia de barras bravas se puede compartir en familia y dar a los niños una visión de deporte, civismo y patriotismo.
Infortunadamente si bien es cierto que los escenarios estaban muy bien arreglados y el espectáculo que se vivió dentro de los mismos fue de calidad, el comportamiento ciudadano y la logística del Pascual Guerrero deja mucho que desear. Las filas de acceso para el control son ineficientes y se convierten en un cuello de botella y foco de desorden. Lo más decepcionante fue el comportamiento en las tribunas al no respetar la asignación de puestos en las distintas localidades. No importaba qué puesto se había comprado con anterioridad, la respuesta de logística era, no se están respetando los puestos. No puedo más que reprochar este comportamiento ciudadano. ¿Por qué será que no podemos respetar ni siquiera la asignación previa de lugares en un evento masivo?
Como sociedad debemos parar este comportamiento enquistado. Hago un llamado a la Unidad de Acción Vallecaucana, para que como en otras ocasiones lidere una campaña encaminada a lograr un mejor comportamiento entre nosotros. No dejemos que la falta de autoridad, liderazgo y amor por Cali de nuestro alcalde sea contagiosa. Ya solo nos queda un año de este desastre, pero la sociedad sigue. ¿Será que la cultura se nos fue?
Posdata. Aunque nada tiene que ver con el tema anterior. El control de precios a los servicios públicos me inquieta de sobremanera. Solo tengo una pregunta. ¿No es el gobierno el mayor accionista de la mayoría de los prestadores de servicios públicos?