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Renacimiento

Nos habíamos acostumbrado a la idea de que habíamos llegado a una etapa de la civilización en la cual, gracias a los avances de la ciencia, habíamos logrado controlar las fuerzas de la naturaleza.

17 de marzo de 2020 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Nos habíamos acostumbrado a la idea de que habíamos llegado a una etapa de la civilización en la cual, gracias a los avances de la ciencia, habíamos logrado controlar las fuerzas de la naturaleza. Los temores estaban más por el lado de las decisiones irresponsables de líderes políticos, que nos lanzaban a guerras absurdas, que se podían evitar apelando al derecho internacional o al diálogo entre las naciones. El control del calentamiento global, incluso, también estaba supeditado a decisiones que se podían revocar.

La situación ahora es distinta. De un momento a otro aparece una pandemia que escapa por completo a las decisiones conscientes y se presenta como una fuerza externa, impersonal y ciega, casi invisible, que se abate sobre la humanidad sin distingo de ninguna especie. La sensación de impotencia frente a fuerzas por fuera de control, en que se apoyaron las grandes religiones y que parecía superada en la historia humana, está de regreso. No hay cabida para una teoría delirante del complot. Seguramente existe la intención por parte de ciertos líderes políticos de aprovechar la situación en términos económicos o políticos; pero de allí a transformar los resultados en intenciones hay un abismo.

La amenaza que se cierne sobre todos nos confronta con realidades que no podemos desconocer. En primer lugar, la corroboración de que ya no vivimos aislados en un ámbito local sino que hacemos parte de una comunidad global de la que no tenemos escapatoria, en una tierra que es cada vez más pequeña. No hay lugar seguro donde huir salvo el repliegue al recinto íntimo del hogar. En segundo lugar, la transformación de las relaciones personales. Descubrimos que somos potencialmente peligrosos los unos para los otros. Necesitamos del otro más que nunca, pero lo vivimos como un riesgo. El miedo atraviesa los vínculos de un extremo a otro aún en la intimidad de la pareja.

Pero también descubrimos el ‘nosotros’, una dimensión de la vida social que por lo general no se observa a primera vista. El virus ataca por igual a todos, ricos y pobres, blancos y negros o, como dice Mheo, nuestro caricaturista, “a los del Sisben o a los de la prepagada, a los de arriba o a los de abajo”. Llegó la hora de dejar de pensar sólo en uno mismo para pensar en los demás. Irrumpen nuevas formas de solidaridad y de disciplina colectiva. En un edificio encontré un letrero en el ascensor de una pareja joven que se ofrecía para comprar el mercado a las personas mayores de 80 años, para evitarles la exposición a la enfermedad por su carácter vulnerable. La situación de incertidumbre es enorme porque no sabemos qué puede ocurrir.

De situaciones límites como éstas pueden surgir fenómenos inéditos de convivencia o irrumpir lo peor de lo que somos; el mundo puede destruirse o reinventarse. Algunos jóvenes de Cali se lanzaron el viernes pasado de manera irresponsable a la rumba en un bar de la Quinta sin importar los riesgos, con el argumento de que hay que vivir mientras se pueda. En 1348 la peste negra mató varios millones de personas en el viejo mundo. Unos jóvenes de aquella época (siete mujeres y tres hombres) se refugiaron en un sitio apartado, cerca de Florencia (Italia), no sólo para huir de la muerte sino también para recrear el sentido de vivir, en un momento de profunda desolación. Durante diez días cada uno contó una historia ingeniosa, para un total de cien pequeñas novelas, que tratan el tema del amor, como experiencia corporal. Esos jóvenes, a pesar del entorno de muerte, reinventaron el mundo y la figura de la mujer como sujeto de deseo, en el sentido nuevo que le daba aquella época. De allí nació el Decamerón, uno de los grandes clásicos de la literatura, la primera obra en prosa en italiano que se conoce y una de las máximas expresiones del Renacimiento italiano, aquel movimiento de renovación cultural que desde el Siglo XIV recreó el mundo occidental y lo recuperó de las tinieblas de la Edad Media. La esperanza renació en medio de la tragedia.