El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

El Tour de Francia

El Tour de Francia que ahora estamos viendo por televisión es mucho más que una simple competencia deportiva para los franceses y tiene una historia.

11 de julio de 2017 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El Tour de Francia que ahora estamos viendo por televisión es mucho más que una simple competencia deportiva para los franceses y tiene una historia. Los antiguos monarcas tenían la costumbre de hacer un tour por el país para afianzar su soberanía real en las regiones por fuera de París; los aprendices de artesanos tenían la obligación de hacer su propio tour por varias ciudades para aprender el oficio en los talleres de otros maestros; y a los niños desde el año 1880 hasta 1950, se les enseñaba en las escuelas la moral ciudadana con base en un libro llamado Le tour de la France par deux enfants (El tour de Francia por dos niños), que narra la historia de dos pequeños de 7 y 14 años (André y Julien) que ante la muerte de su padre huyen de la zona ocupada por Alemania después de la guerra franco prusiana, para buscar un tío paterno y una madre llamada Francia que los acogiera. En su búsqueda recorren el país y describen todas sus actividades: sus riquezas, sus comidas, su historia, su geografía, su agricultura y demás. En 1903 Henry Desgrange, un ciclista y periodista deportivo, director de un periódico llamado L’auto, se inventó otro tipo de tour, inspirado por la gesta de los artesanos y de los niños, esta vez en bicicleta y con fines puramente mercantiles. Pero rápidamente el proyecto sobrepasó sus previsiones.

El tour en bicicleta llegó a ser poco a poco una especie de ritual colectivo nacional. El periódico L’auto narraba con detalle la manera como los ciclistas iban recorriendo las ciudades, los pueblos y las regiones y de esta manera la prueba se convirtió en una forma de habitar el espacio, en una lección de geografía, en una experiencia estética de la belleza de los paisajes y, sobre todo, en una forma de construcción de la unidad territorial del país, que hacia posible que los habitantes se sintieran parte de una ‘comunidad imaginada’ llamada Francia. Además, los organizadores ponían el énfasis en que los sitios por donde pasara la competencia evocaran algún suceso memorable que allí había ocurrido, para de esta manera contribuir a la construcción de la memoria histórica de la Nación.

Hoy en día estamos en la versión No. 104. El Tour se ha transformado por la presencia de la Tv., la invasión de la publicidad, la participación de ciclistas de todo el mundo, pero aún así conserva muchos de sus rasgos iniciales. Las municipalidades hacen fiesta a su paso y hasta pagan porque el recorrido las incluya. Los ciclistas se convierten en héroes de una contienda mítica y los grandes picos de montaña (Alpe d’Huez, Tourmalet, Mont Ventoux y muchos otros) son los lugares sagrados de su consagración. La competencia termina siempre con un circuito por los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo y los grandes monumentos parisinos, como una forma de ratificar las glorias nacionales y de exhibir ante el mundo un sentido de ser nación.

Los colombianos hemos desempeñado un papel muy importante en esta prueba. A comienzos de los años 80 la competencia estaba cayendo en popularidad y los organizadores, que con el triunfo de Alfonso Flórez en el Tour de l’Avenir de 1980 habían percibido la calidad de nuestros escaladores, hicieron hasta lo imposible para que participara un equipo nuestro (como efectivamente ocurrió en 1983) y diseñaron un recorrido a su medida. Hoy en día nuestros ciclistas, con Lucho Herrera, Fabio Parra y Nairo Quintana a la cabeza, hacen parte de esa gran leyenda. Lástima que la Vuelta a Colombia, que hasta 1980 tuvo un inmenso significado en la construcción de un sentimiento nacional (en el mismo sentido de Francia) se haya desdibujado y que ahora nuestro instrumento para aprender geografía y apropiarnos del territorio sea el seguimiento de las masacres de los grupos armados y no las hazañas de nuestros ciclistas.