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Carrusel de ilusiones

Más allá de quien se encuentre en este momento con las riendas del gobierno hay que entender que el cambio es inevitable y la paz indispensable.

30 de agosto de 2022 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Los colombianos, como he afirmado en columnas anteriores, no miramos el futuro con optimismo y creemos que todo siempre será igual, como bien lo expresa ese ‘canto a la desesperanza’, que es Cien Años de Soledad, nuestra gran epopeya nacional. Sin embargo, en los últimos 65 años hemos vivido momentos de grandes ilusiones que, por lo general, han defraudado. Esperemos que lo que ocurre ahora tenga otro desenlace y podamos escapar de la repetición de lo mismo.

El primero fue el plebiscito del 2 de diciembre de 1957, que inauguró el pacto del Frente Nacional. El país estaba fatigado de los enfrentamientos atroces entre liberales y conservadores y la gente salió en masa a votar para dar legitimidad al acuerdo que prometía poner fin al conflicto. Las mujeres votaron por primera vez y la tasa de participación electoral fue la más alta que se ha conocido hasta ahora (68 %). Sin embargo, al poco tiempo, la unidad se resquebrajó y aparecieron grupos armados de nuevo tipo. El final del pacto entre 1974 y 1978, fue el comienzo de una nueva guerra.

El segundo momento fue la llegada al poder de Belisario Betancur en 1982. Muchos de los jóvenes de aquella época votamos contra el ‘godo’ y contra López, a favor de la renovación que representaba Luis Carlos Galán. Ganó Belisario y el día de la posesión en la Plaza de Bolívar nos sorprendió con una frase que reavivó las ilusiones: “No quiero que se derrame una sola gota más de sangre colombiana de nuestros soldados abnegados ni de nuestros campesinos inocentes (…) ni una sola gota más de sangre hermana”. A las pocas semanas una amnistía para los alzados en armas transformó el ambiente político. Pero, contra las buenas intenciones del Presidente, la política de paz no tuvo como resultado la terminación del conflicto sino el realineamiento de los actores armados y la generalización de la guerra, con el trágico desenlace de la masacre del Palacio de Justicia.

El tercer momento fue la convocatoria de una Asamblea Constituyente en 1991. En ese tiempo estábamos aplastados por una violencia que había superado todos los límites. No se podía ir con tranquilidad a un supermercado o a un espectáculo público por temor a una bomba. La nueva Constitución fue concebida como un ‘nuevo pacto de paz’, con base en el diagnóstico de que si en Colombia había más democracia habría menos violencia. Las ilusiones fueron enormes pero el resultado fue completamente opuesto a lo esperado: 1991, 1992 y 1993 han sido los años más violentos de la época reciente y entre 1995 y 2008 conocimos un conflicto de proporciones comparables a lo que fue la violencia de los años 50.

El cuarto momento lo estamos viviendo ahora. Contra las expectativas pesimistas de algunos, el nuevo gobierno ha convertido la paz en el objetivo prioritario. Quien ganó las elecciones no fue Gustavo Petro sino el anhelo de un cambio, hasta el punto de que los más diversos sectores sociales y políticos, muchos de ellos enemigos acérrimos del nuevo mandatario, se han realineado alrededor de la ilusión de que podemos llegar a algo distinto. Más allá de quien se encuentre en este momento con las riendas del gobierno hay que entender que el cambio es inevitable y la paz indispensable. Los intereses nacionales deben primar sobre los intereses de partidos.

El común denominador de estos cuatro momentos es la ilusión de la paz, la más cara aspiración de un pueblo, cansado de la guerra y la confrontación, deseoso de ver en el otro, no un ‘enemigo interno’, sino un hermano, un igual, un diferente, al que se le concede la posibilidad de existir y de expresarse con plena legitimidad. Tanto los grupos armados como los ciudadanos corrientes, que somos la mayoría, debemos poner de nuestra parte para construir la posibilidad de dirimir nuestros conflictos en el marco de la convivencia. La oportunidad de refundar el pacto social que nos rige, con base en un nuevo acuerdo de paz, difícilmente se va a presentar de nuevo en el corto y mediano plazo, si no aprovechamos el ambiente favorable que existe en este momento. La paz no admite aplazamientos.