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La mala hora de la izquierda Latinoamericana

Gobiernos de Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, entre otros países, han sido víctimas de la crisis económica y social. El futuro es incierto.

15 de mayo de 2016 Por: Patricia Lee | Especial para El País

Gobiernos de Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, entre otros países, han sido víctimas de la crisis económica y social. El futuro es incierto.

La separación de la presidenta brasileña Dilma Rousseff de su cargo para iniciarle un juicio de destitución, es el final de un ciclo político en el país, y marca un brusco giro del péndulo latinoamericano hacia la derecha.

El triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2015 en la Argentina y la derrota del Frente para la Victoria de Cristina Kirchner, quien ahora se encuentra procesada por diversos delitos, fue el primer síntoma  fuerte de que las cosas en el continente empezaban a cambiar.

A eso se sumó la  derrota del boliviano Evo Morales, en febrero de este año, en el referendo popular para permitir su reelección hasta 2025, su primera derrota electoral en 10 años. Y  la grave situación que vive Venezuela, donde la opositora Mesa de Unidad Democrática -MUD- ganó, por primera vez en 17 años, las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, y  ya entregó 1,8 millones de firmas para exigir un referendo revocatorio del mandato de Nicolás Maduro, señalan el ocaso de más de una década de gobiernos progresistas que se beneficiaron de una extraordinaria bonanza económica.

A comienzos del Siglo XXI, América del Sur estaba exhausta, tras una década de gobiernos pro mercado, que abrieron las economías, privatizaron la mayoría de empresas públicas, aumentaron a límites insoportables la deuda externa y dejaron en el camino millones de desempleados y una situación social explosiva.

Carlos Menem en Argentina (1989-1999), Itamar Franco y Fernando Henrique Cardoso en Brasil (1992-2002), Julio Sanguinetti y José Battle en Uruguay (1995-2005), Gonzalo Sánchez Lozada en Bolivia (1993-2003), Alberto Fujimori en Perú (1990-2000), dejaban a sus países incendiados.

El panorama continental sufrió un brusco giro del péndulo hacia la izquierda con la llegada de Hugo Chávez al gobierno venezolano en 1999, que proclamó su revolución bolivariana.

Le siguió la caída de Fernando de la Rúa en Argentina a fines del 2001 y el triunfo del peronista Néstor Kirchner en las elecciones de 2003; la victoria  del Partido de los Trabajadores en Brasil llevando, por primera vez en la historia, a un obrero a la Presidencia, el sindicalista Luis Inácio Lula da Silva.

El espacio creció con el  triunfo de Evo Morales Ayma en Bolivia en 2005, el primer campesino indígena en conquistar la presidencia en un país dominado por los blancos; el de la socialista Michelle Bachelet en Chile en 2006 y el de Rafael Correa en Ecuador en 2007.

Estos gobiernos contaron con el viento a favor de la economía internacional y gozaron de los enormes recursos provenientes de los altos precios de las materias primas como el petróleo, que se cotizaba a más de cien dólares el barril, y la soya, verdadero oro vegetal del sur continental, que llegó a cotizar a 600 dólares la tonelada, de la mano del milagro económico chino, que devoraba todas las materias primas. 

La Cepal  calcula que entre 2003 y 2012, las economías latinoamericanas crecieron por encima del 4 % anual. 

Gracias a este círculo virtuoso económico, los gobiernos progresistas tuvieron la posibilidad de aplicar políticas sociales que apaciguaron el volcán de las protestas, y sacaron a millones de latinoamericanos de la pobreza. 

Según la Cepal, en la primera década del siglo, la pobreza extrema se redujo a la mitad de los niveles de 1990, el hambre cayó a la mitad, el analfabetismo entre los jóvenes descendió más del 75 %, bajó la mortalidad infantil en dos tercios y cayó a la mitad el número de personas sin acceso al agua potable. 

¿Cuál fue el error?

El analista de izquierda uruguayo Raúl Zibechi considera que la caída de los gobiernos progresistas es un episodio largamente anunciado. La abrupta caída de los precios de las ‘commodities’ “desbarató presupuestos que habían sido elaborados con el barril de petróleo a más de cien dólares”, escribió, señalando que en la década progresista, los gobiernos profundizaron la dependencia de la soya, los hidrocarburos y los minerales. 

“Las llamadas ‘conquistas’ de los progresismos empezaron a mostrar la hilacha de su agotamiento: bajaron la pobreza que había alcanzado niveles tremendos en el pico de la crisis, hacia 2000, pero fueron incapaces de modificar los índices de desigualdad en la región más desigual del mundo. Con la crisis, las políticas sociales están siendo fagocitadas por la inflación, el desempleo y el ajuste fiscal”, agregó el experto. 

 Al cambiar el ciclo económico mundial, con el enlentecimiento de la economía china, y con la brutal caída de los precios de las materias primas, en particular el petróleo, el gas, el carbón y los minerales, que perdieron la mitad de su valor entre 2011 y 2015, las economías latinoamericanas se sumieron en la crisis.

Después de las tasas de crecimiento de la primera década del siglo, para el 2015, la economía latinoamericana se contrajo 0,3 %.

Brasil, el gigante regional, está en recesión hace tres años, lo cual llevó a la presidenta  Dilma Rousseff, en su segundo gobierno, iniciado en 2015, a aplicar un programa de ajuste encabezado por su ministro de Economía Joaquim Levy, más parecido al de Aécio Neves, el derrotado candidato del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) y representante de la poderosa federación industrial del Estado de Sao Paulo, que al programa del gobernante  Partido de los Trabajadores, PT,  y de los movimientos sociales que la llevaron al poder. 

“Esta agenda es de los ricos y no del trabajador”, dijo Vagner Freitas, de la central sindical CUT. 

En Argentina, la inflación llegó a casi el 30 %, y en Venezuela  alcanzó  el 180 % en 2015, lo cual, junto con la escasez de productos, está provocando enormes sufrimientos a la población.

Y encima la corrupción. El foco del escándalo es la brasileña  Petrobras, que venía de descubrir los ricos yacimientos marinos de presal, y que pagó enormes sobreprecios a las grandes empresas constructoras, dineros que fueron a parar en forma de soborno a los bolsillos de diputados, políticos y altos funcionarios de la empresa, del PT y del PMDB, el principal aliado político de Dilma. 

Ironías del destino: más de la mitad de los parlamentarios brasileños están siendo procesados por la justicia, pero han votado el juicio  a Dilma, una de las pocas figuras políticas brasileñas que se salva del escándalo de corrupción.

En la Argentina, Cristina Kirchner no pudo escapar de la mano de la justicia y está siendo  procesada en dos causas, una de las cuales tiene que ver con el escandaloso enriquecimiento de dos de los más cercanos amigos y socios de la familia presidencial, Lázaro Báez, gran beneficiado por los contratos de obra pública durante los gobiernos kirchneristas, que durante años alquiló los hoteles y las propiedades de la familia presidencial, en lo que parece ser una devolución de favores.

Lo que vendrá

Lo que viene no será fácil. la presidenta de Brasil,  Dilma Rousseff,  ha sido suspendida por una clase política ampliamente cuestionada. 

El presidente interino Michel Temer tiene 8 % de aprobación y más de la mitad del congreso brasileño está bajo investigación judicial. 

El programa económico de Temer, que empezó con el recorte de diez ministerios, difícilmente sea popular en un país que no crece hace seis años.

En Argentina, el gobierno de Mauricio Macri devaluó drásticamente la moneda y permitió aumentos siderales de los servicios públicos, echando leña a la hoguera de la inflación. Los despidos públicos y privados aumentan y el Gobierno ya se las está viendo con enormes movilizaciones de descontento, como poderosa marcha de estudiantes y profesores universitarios del jueves 12 de mayo reclamando presupuesto para las universidades públicas. 

En un contexto económico mundial desfavorable,  el retorno a las políticas de recortes y privatizaciones de los años noventa, no auguran nada bueno para América Latina, que, por lo visto, está condenada a los drásticos movimientos de péndulo entre los extremos.

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