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El polvorín social del mundo árabe sigue ganando terreno

La revolución que arrancó con el ejemplo de Túnez no ha menguado. Las protestas también se asoman en Israel.

11 de septiembre de 2011 Por: Patricia Lee, especial para El País

La revolución que arrancó con el ejemplo de Túnez no ha menguado. Las protestas también se asoman en Israel.

La primavera árabe ha dado paso al otoño. Ben Alí en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto, Muamar el Gadafi en Libia, han perdido el poder. Es el turno de Bashar al Asad, en Siria y la oleada de indignación ha penetrado en Israel. Todo parece indicar que la revolución árabe, iniciada cuando un joven tunecino se inmoló para protestar contra el régimen en diciembre del 2010, continúa su curso. En Túnez, el país donde cayó la primera ficha del dominó, las elecciones para nombrar una asamblea constituyente se realizarán el próximo 23 de octubre. En Egipto, el país estratégico de la región, se adelanta el juicio a Hosni Mubarak, a pesar de las resistencias del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que ejerce el poder de manera provisional hasta las elecciones. Como un gorila del circo, encerrado en una jaula, Mubarak atiende al juicio acostado en una camilla, enfermo de cáncer, acusado de ordenar disparar contra los manifestantes de la Plaza Tahrir en enero y febrero de este año, causando 846 muertos y 6.467 heridos.Mientras tanto, en las calles, se vive un renacer democrático. “Egipto ha visto una explosión de actividad política y social en todos los terrenos, incluyendo la proliferación de nuevos partidos, movimientos y grupos. Debates, competencia, alianzas cambiantes entre los distintos grupos de jóvenes, liberales, de izquierda, islamistas, han vuelto a la vida la comatosa política egipcia”, sostiene Khaled Elgyndi, de Brookings Institution. El costo es una creciente confrontación y polarización política: por un lado el gobierno de las Fuerzas Armadas, que frena la transición, apoyado cada vez más por la Hermandad Musulmana y los ultraortodoxos salafistas, y por el otro lado, los grupos juveniles, sindicales y políticos, protagonistas de la revolución de la Plaza Tahrir, que ven al régimen encabezado por el Mariscal Tantawi como una continuidad del de Mubarak. En Yemen, cientos de miles de opositores se manifestaron el domingo 4 de septiembre en Saná, la capital, para pedir la salida del poder del presidente Alí Abdalá Saleh, ausente del país desde hace cuatro meses, quien se recupera en Arabia Saudita de las heridas causadas por un atentado el pasado 3 de junio.El turno de AsadMientras los rebeldes libios triunfantes continúan a la caza de Gadafi, la oleada que sacude al mundo árabe ahora se concentra en Siria, donde el presidente Bashar al Asad tiene el récord de salvajismo, con más de 2.200 muertos como producto de la represión a las protestas populares. Damasco no es clave por sus bazares y sus alfombras, sino porque forma, con Bagdad y El Cairo, el trípode donde se hace la política del mundo árabe. Es, junto con Egipto, el vecino clave de Israel, y el interlocutor válido de los países árabes con Irán. El régimen del partido nacionalista Baath apadrina a Hezbollah, el partido chiíta del Líbano, que sirvió de refugio a los principales dirigentes palestinos durante décadas, y tiene una importante influencia en Gaza, gobernada por otro partido islámico, Hamas.La caída de Bashar al Asad provocará un efecto parecido a la salida de Mubarak. La brutal respuesta de al Asad ya ha provocado deserciones entre los militares de conscripción y dentro del régimen. Las divisiones ya son visibles. El presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, dijo que Damasco debe buscar una salida negociada. Hassan Nasrallah, el líder del poderoso partido chiita libanés Hezbolá, quiere que se apresuren las reformas para aplacar las protestas. Mientras que Turquía, antaño país aliado, es el que más presiona, porque la idea de un vacío de poder en Damasco suscita escalofríos.“Caminemos al paso de los egipcios”El más impensado resultado de la primavera árabe ha sido su extensión a Israel, que ha visto las mayores movilizaciones de su historia. Cerca de 400.000 personas se han manifestado en contra del gobierno de Bibi Netanyahu, no por alguna guerra, sino por el alto costo de vida, el aumento del queso cheddar y de los arriendos, al tiempo que el gobierno del partido Likud continúa tomando pasos que aíslan a Israel cada vez más del mundo y de sus vecinos. Las manifestaciones empezaron a mediados de julio, cuando algunos jóvenes colocaron carpas en el bulevar Rothschild de Tel Aviv contra el precio de los alquileres. La “tentifada” (combinación de Tent, que en inglés significa carpa, con intifada, el nombre dado a las grandes revueltas palestinas), fue creciendo y ampliando sus demandas, exigiendo un sistema fiscal más equitativo, y contra la inflación.Lo importante de las manifestaciones, es la solidaridad entre árabes e israelíes. En Haifa, un árabe israelí dijo: “Hoy estamos cambiando las reglas del juego. Lo que está sucediendo es la verdadera coexistencia, cuando los árabes y los judíos marchan juntos hombre con hombre exigiendo justicia social y paz”.Las manifestaciones coinciden con un aislamiento internacional cada vez mayor de Israel. El gobierno turco expulsó al embajador israelí por la negativa de Jerusalén a pedir excusas por el ataque, en 2010, contra una flota de activistas que se dirigían a Gaza, en la cual murieron nueve turcos, tras la publicación de un informe de las Naciones Unidas y el primer ministro Erdogain anunció la suspensión de todas las relaciones de defensa con el país judío. “Los pirómanos israelíes están incendiando el Medio Oriente”, escribe el conocido comentarista Gideon Levy en el periódico Haaretz. “El otoño (boreal) parece preñado de desastres y nuestra suerte está en manos de un puñado de políticos cínicos dirigidos por Netanyahu”, escribe el analista.

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