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Así eran las misioneras católicas que fueron víctimas de violencia religiosa en Yemen

El mundo católico llora el asesinato de cuatro misioneras en Yemen. Historia de dolor, con milagro incluido.

12 de marzo de 2016 Por: Olga Lucía Criollo, reportera de El País

El mundo católico llora el asesinato de cuatro misioneras en Yemen. Historia de dolor, con milagro incluido.

El reloj no marcaba todavía las 8:30 de la mañana, pero el lugar ya ebullía. Discapacitados, ancianos, enfermos y abandonados multiplicados hasta un centenar se disponían a desayunar bondad y a ser curados con el bálsamo de la caridad.

Claro, las cuatro monjas ya tenían puesto el delantal y sus manos ansiosas por servir se habían repartido temprano por los salones de la casa. Los mismos espacios de los que hombres uniformados y encapuchados las sacarían  instantes después, con las manos amarradas, tras haberse infiltrado como supuestos familiares de una viejita que era cuidada en el albergue.

“No se preocupen, a ustedes no les vamos a hacer nada. Solamente vamos a matar a los cristianos...”, les dijeron a los enfermos con un tono de odio que despertó la solidaridad de algunos de ellos, que inútilmente intentaron impedir que la violencia religiosa se ensañara contra un lugar que hasta entonces  había sido sinónimo de compasión y amor.

Ciertamente, las escasas noticias dan cuenta de que el pasado viernes 4 de marzo, en Aden, ciudad del lejanísimo Yemen africano,  hubo 16 asesinatos: cuatro hijas espirituales de la Madre Teresa de Calcuta, su conductor, y varios voluntarios, colaboradores y pacientes.

“Lo que nos ha dicho la Superiora es que estuvo fuerte, muy feo... las cuatro hermanas murieron de una manera horrible... De hecho, les aplastaron la cabeza”, narra a través del WhatsApp la voz de una mujer allegada a las Misioneras de la Caridad en México, mientras que otras fragmentarias informaciones indican que a sus compañeras de congregación les dispararon varias veces.

“Hay tanta nostalgia por lo del atentado, les pedimos que se unan en oración, especialmente por las familias de las misioneras y las personas que murieron con ellas”, continúa la voz que prefieren no identificar con más nombre que el del dolor por quienes ya son conocidas como las Mártires de Yemen.

Pero mientras el planeta se hace pequeño para celebrar eucaristías en honor de las víctimas, ya en el Vaticano, ya en la Basílica de Guadalupe o ya en Cali, también crece la indignación por la indiferencia ante la persecución contra los católicos que se registra en ese extremo del mundo.

“Son víctimas del ataque, de aquellos que les han asesinado, y de la indiferencia, de esta globalización de la indiferencia, del ‘no importa’”, dijo el papa Francisco visiblemente consternado el pasado domingo durante el rezo del Ángelus, después de calificar el hecho como un “acto de violencia sin sentido y diabólico”.

Y agregó: “En el nombre de Dios, se hace un llamamiento a todas las partes en el presente conflicto a renunciar a la violencia y a renovar su compromiso con el pueblo de Yemen, en particular los más necesitados, a quienes las hermanas y sus ayudantes trataron de servir”.

Quiénes eran

Tras sentir el llamado a servir a los más desposeídos que caracterizó a la ya casi beata Teresa de Calcuta, la hermana Anselm había llegado desde India para misionar en un país azotado por una guerra civil que ha sumado tres mil civiles muertos solo en el último año.

En ese hogar, única presencia del catolicismo en Yemen, se unió a Judith, que venía de Kenya, y a Margherite y Reginette, nacidas en Ruanda, para acoger a quienes no tenían un lugar donde vivir y curar a los enfermos abandonados.

Las autoridades de Yemen, país ubicado al sur de Arabia Saudita, le atribuyen la masacre a extremistas musulmanes, al igual que el ataque ocurrido en julio de 1998.

Sin embargo, los extremistas musulmanes las acusaron de “hacer proselitismo cristiano”, al igual que al sacerdote salesiano Tom Uzhunnalil quien, según cuenta la mujer desde México,  había sido acogido por las monjas desde septiembre pasado, cuando el templo donde él vivía -también en Aden- fue incendiado por presuntos terroristas de Al Qaeda que lo acusaron del mismo ‘delito’.

“El padre había acabado de celebrar  la misa con las  misioneras y estaba en la capilla cuando los hombres armados llegaron, pero no lo mataron, se lo  llevaron y hasta el momento nadie sabe nada de él. Creemos que lo están torturando...”, continúa el relato.

Oriundo de India, el religioso había arribado  como misionero a Yemen en el 2012, por lo que, vía Twitter, la ministra de Relaciones Exteriores de su país, Sushma Swaraj, adjudicó su desaparición a un secuestro y responsabilizó a los terroristas del hecho.

Desde el año pasado Yemen sufre un sangriento conflicto entre el movimiento rebelde chiita de los hutíes contra el gobierno del sunita Abdo Rabu Mansur Hadi y una coalición de países árabes.

Milagro en el dolor

Aunque las agencias internacionales de noticias aseguran que la superiora de las misioneras de Yemen salvó su vida porque se escondió, sus hermanas tienen otra versión.

“La verdad es que fue a la capilla y agarró el copón de las hostias consagradas para consumirlas mientras esperaba que entraran a matarla, porque quería evitar que hicieran algo malo con ellas”, sigue la narración que desde el país azteca hace la colaboradora de las hijas de Teresa.

Solo que de manera inexplicable un uniformado y luego otro y otro  y otro entraron a buscarla sin poder hallarla, a pesar de que la religiosa se había ubicado en una esquina de la pequeña capilla, adonde claramente era posible llegar.

Entonces, en un tono distinto al resto del relato, afirma: “Es un gran milagro y dentro de lo triste nos pone contentas saber que Dios también se hizo presente. Hoy en día la  hermana ya está resguardada, no ha podido salir del país y solamente nos pide que recemos”.

Oraciones que también imploran porque los cuerpos  de las  cuatro mártires puedan descansar al lado de los restos de   otras  tres que 18 años atrás las  precedieron en aquello que el diccionario define como “muerte o sufrimientos que se padecen por creer en una doctrina y defenderla, especialmente si esta es religiosa”.

Esos  otros  ángeles de los más pobres contra los que la violencia igualmente se ensañó  eran Alette, oriunda en la India; la filipina María Michel y  Honeida, nacida en el mismo territorio yemení en el que fueron asesinadas  el 27 de julio de 1998. 

Su ‘pecado’ no fue distinto al cometido por sus hermanas de ahora: instalar un centro de cuidados para discapacitados en Al Hodeida, ciudad ubicada a orillas del mar Rojo.

De allí que hoy, como ayer, pese al temor que como humanas sienten, las Misioneras de la Caridad ya hayan asegurado que la muerte provocada por el hombre no detendrá el itinerario de servicio y misericordia que por inspiración de la santa de Calcuta están llamadas a realizar en los lugares más necesitados del planeta.

En Cali también las lloran

“Nos quedamos consternadas”, confiesa la hermana Noemí desde el barrio Andrés Sanín, donde se localiza el hogar de paso que las Misioneras de la Caridad, la misma consagración de las religiosas asesinadas en Yemen, tienen en Cali desde hace seis años.

También cuenta que ya se sabía que la situación en ese país estaba muy difícil por la violencia contra los cristianos.

“Pero ellas decidieron quedarse con nuestros pobres, dando testimonio de fe”, dice una de las cuatro integrantes de la comunidad fundada por Teresa de Cálcuta asentadas en la ciudad, donde también  atienden a  ancianos abandonados, niños de madres solteras y familias sin recursos.

La religiosa recuerda que en diciembre pasado sus hermanas  de Yemen les enviaron una carta en la que les contaban lo feliz que las hacía el poder llevarles ayudas materiales a los refugiados. “Ese era su apostolado”, agrega.

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