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José Dúmar Cuéllar y María Elena Gallego luchan contra el olvido. Su hija Sandra Viviana desapareció em 2011. | Foto: Archivo/ El País

DESAPARECIDOS

Seis años después, sigue la búsqueda de ambientalista Sandra Viviana Cuéllar

Los padres de la ambientalista caleña que desapareció hace seis años no pierden la esperanza y no dejan de buscarla.

5 de marzo de 2017 Por: Joan Camilo Bolaños/ Especial para El País

“La vida no termina con la no presencia física de una persona”. Es lo primero que dice José Dúmar Cuéllar cuando se le pregunta acerca de Sandra Viviana, su hija. Este 17 de febrero se cumplieron seis años de no tener noticias de ella. Lo único que sabe su familia es que ese jueves ella se dirigía a Palmira para una clase a la que nunca llegó. La última vez que la vieron fue cerca del Puente del Comercio. Los ojos de este tendero de 63 años no reflejan resignación. Su alma está tatuada con una sola palabra: resistencia.

En una esquina del barrio Sucre está la tienda de José Dúmar Cuéllar y María Elena Gallego. Los sueños de Sandra Viviana aún se intuyen en cada una de las fotos que cuelgan en el granero Divivi. Cada una de sus paredes intenta impedir que su memoria se escabulla. Las cuatro imágenes en las paredes muestran a una joven de unos 25 años, de piel mestiza, pelo negro y no muy largo, gafas rojas, unos aretes indígenas de color coral y una sonrisa de par en par, de esas que se aferran a la vida. También muestran a la artista, la soñadora, la misma que dedicaba su tiempo libre a escribir poesía y bailar.

Las fotos y anécdotas son recuerdos prestados de una mujer con un ímpetu, con sueños de transformar la realidad social de un país. Lo demuestran las diversas iniciativas que sacó adelante como ambientalista, entre ellas el Referendo por el Agua. Quizá por eso, el principal recuerdo que tienen sus padres es ese: su energía vital.
Y es esa energía la que le da fuerzas a sus padres para no solo luchar porque aparezca sino para librar un pulso contra el olvido.

El Carnaval por la Vida

Y es en ese intento de no olvidar, de querer atrapar sus recuerdos, que crearon el carnaval por la vida. Cada 17 de febrero salen a las calles a corear su nombre. Con música, con danzas, con arte la recuerdan a ella y a los cientos de desaparecidos.

“La memoria uno la entiende por alguien que ha fallecido, pero hay algo que me da casi que la certeza de que ella está viva”, afirma María Elena Gallego mientras, casi sin quererlo, suena ‘Me voy’, de Julieta Venegas, en uno de los parlantes de la tienda.

Quizá hay algo en el amor de madre que le permite saberlo: una suerte de cordón umbilical que, aún hoy, sigue funcionando, a pesar de la distancia. Por eso, no es de extrañar que cuando habla de su hija lo haga combinando presente y pasado. En su voz no hay asomo de duda: su “todo” está por allí en algún lugar.

“Tratamos de transformar ese dolor en algo distinto”, sostiene José Dúmar. De allí surge la idea del Carnaval por la Vida. Este es el quinto que se realiza. Es una manera de recrear la fase artística de Sandra Viviana.

El pasado 17 de febrero se reunieron, una vez más, en el Parque de las Banderas, apoyados por organizaciones de derechos humanos y por 60 familiares de personas desaparecidas.

El año en el que desapareció Sandra Viviana, solo entre enero y junio, desaparecieron en Cali 236 personas. Al finalizar el 2011 la cifra casi se triplicó. Cada día en la ciudad se desaparecen dos personas, en promedio.

Actualmente, 7842 personas, reportadas en las últimas décadas en el Valle del Cauca como desaparecidas, continúan en esa condición, según Medicina Legal.

La resistencia y la alegría

Son las 2:30 de la tarde, empiezan a llegar las personas al Parque de las Banderas. Hay dos sentimientos que acompañan la marcha: la resistencia y la alegría. El primero de ellos lo generan los familiares de Sandra Viviana y de los desaparecidos, quienes, con fotos y arengas que los recuerdan, no se rinden y le gritan al Estado que debe adelantar las acciones para encontrarlos.

El segundo proviene de un zanquero adornado de un pantalón arcoíris con una camiseta que rememora a su hijo ausente, y de un grupo de jóvenes que con sus tambores de música andina y fogosidad, colorean el carnaval.

Caminan por un carril de la Calle 5 hasta llegar a la Loma de la Cruz. Allí inicia la verdadera fiesta. La rotonda principal está adornada con el costurero de la memoria, el cual contiene cada una de las cosas que coloreaban el día a día de los desaparecidos.

El de Sandra Viviana está adornado por los fríjoles de la abuela y por un gatico que, a juicio de la mamá, murió a causa de una grave enfermedad: la ausencia de su dueña.

Poco a poco el ambiente se contagia de un aire que transforma la angustia en arte. Se presenta otra mujer que a través de sus versos pretende rescatar al hijo que alimenta la corriente del río Cauca. Luego, las voces de cinco cantantes de música andina, inundan el ambiente.
Al final, ya casi de noche, entra al escenario el grupo de danza Terpsícore, el mismo al que perteneció Sandra Viviana. Sus trajes son de colores: azules, rojos, amarillos... sus rostros siempre están decorados por una sonrisa. Bien podría ser ella la que estuviera bailando, es la sensación que se intuye en los rostros de José Dúmar y María Elena. Es verla allí.


“Si mi hija ve estos eventos que hacemos por ella, que sepa que es con mucho amor”, concluye la mamá de Sandra Viviana.

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