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Se llama José Bianel Guazá González, por lo que prefiere que lo llamen Pepe. O Pepesón, que es como lo identifica su audiencia. | Foto: Jorge Orozco / El País

ENTRETENIMIENTO

Pepesón, la historia del locutor caleño que descubrió "por dónde le entra el agua al coco"

Su nombre es José Bianel, pero se llama Pepesón para el mundo. Esta es la historia de este locutor, ícono popular de la radio en Cali.

1 de marzo de 2020 Por: Jorge Enrique Rojas / Reportero de El País

Al único niche bautizado con tres toques de salsa en un manantial de sabor no le gusta su nombre: se llama José Bianel Guazá González, por lo que prefiere que lo llamen Pepe. O Pepesón, que es como lo identifica su audiencia. Hubo un tiempo en que llevó el apodo estampado en una calcomanía que cruzaba el vidrio trasero de su antiguo carro, un Mazda Asahi verde de vidrios oscuros en el que se movilizaba por Cali. Pero con 38 años en la radio, a estas alturas ya no necesita pirotecnia. A diario, gente que él nunca vio antes lo saluda en la calle. Y en una emisora le salió imitador: ‘El Requesón’, un émulo que hiperboliza los trabalenguas, versos e invenciones fonéticas que han hecho de su estilo un ícono. ¡¡Los quiero de gratis!!, dice celebrando a los parodiadores con ese, otro de sus sellos, y una sonrisa blanca como teclado de piano.

En efecto la marca que lo caracteriza ha estado siempre más allá de su voz, un timbal de brillo metálico que suena inconfundible por los dichos de picardía folclórica sobre los que gira cuando está al aire; aunque también por los elevados decibeles de carisma popular que proyecta. Álvaro Cabarcas, veterano arreglista del tradicional Grupo Niche, cree por eso que la función que le da vigencia no solo ha sido la del discómano especialista en salsa, sino la del siquiatra público dedicado a recetar a los oyentes que se entretienen con sus ocurrencias al micrófono. Como declararse conocedor exclusivo del lugar por dónde le entra agua al coco. O presentarse radialmente todos los días con esa lírica según la cual, su bautizo ocurrió en la fuente de la mismísima sabrosura.

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Para una parte de quienes lo siguen, la familiaridad con el personaje es igualmente visual por la presencia que ha tenido en espacios televisivos locales a lo largo de su carrera, así como en Telepacífico, donde actualmente conduce ‘Salsabor con el Pepesón’. Sin embargo hay una generación que sobre todo lo reconoce por la estelaridad que tuvo como presentador del Grupo Niche en concierto, cuando la banda reventaba el Madison Square Garden y vendía noches llenas por toda Colombia y en la Europa más latina. A la hora de conjugar un símil posible, el melómano Luis Guillermo Restrepo, abogado y director de las páginas de Opinión del diario El País, dice que guardando las proporciones, el locutor llegó a tener casi el mismo papel que en su momento La Fania le dio a Izzy Zanabria, el boricua que contrataron como su único maestro de ceremonias. Entre los mayores orgullos profesionales de Pepe, de hecho, está contar que cruzó el mundo junto a Jairo Varela, y que el maestro le confió la presentación en vivo de su primer recital en Tokio.

Sacándole chiste a sus propios tropiezos, ahora bromea cayendo en cuenta de todos los lugares a los que viajó para presentar los prodigios musicales de la orquesta sin saber nada de inglés. Siendo bilingüe, hoy podría quizás figurar como un fenómeno mediático global con grupies y ‘pepelievers’. Quién sabe. Lo que sí es cierto es que en el universo de la caleñidad, Pepe es un símbolo patrio sustentado en métricas de consumo: el posteo que hizo hace dos semanas agradeciendo la recuperación de su camioneta, una Hyunday Tucson gris que apareció a las pocas horas de que se la robaran al sur de la ciudad, ya va por las 14.000 reproducciones en su cuenta de Facebook. En el video que usó para saludar públicamente la colaboración de la gente, y el trabajo policial, uno de sus emblemas quedó instalado al centro del mensaje: “(…) A toda la ciudadanía, de verdad, que los quiero de gratis…”

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En Cali, la biografía de José Bianel Guazá González comenzó en 1982, cuando llegó proveniente de un hogar campesino con ocho hermanos entre los que creció convencido de que alguna vez sería locutor, discómano y presentador de cantantes. Hay cosas de la vida que solo explican los astros: del 15 de junio de 1961, en Guachené, norte del Cauca, nació géminis; y según interpretaciones del signo, a veces quienes le corresponden logran tomar giros inusuales para su propia historia. Yendo en contradicción de los mandamientos que le auguraban futuro trabajando la tierra, entre los 12 y los 17 años dedicó todas las noches que pudo al grill-discoteca El Despiste, donde lo contrataron para lavar vasos mientras desde ahí se prendía la rumba en el pueblo, básicamente con la salsa sacudiendo los parlantes del negocio.

Al principio fue la manera de pagarse los transportes y la mensualidad del bachillerato, distante a catorce kilómetros en el colegio José Hilario López de Puerto Tejada. Aunque luego, dice, lo habría hecho aún sin pago. En los descansos de la noche, antes de que terminaran de cerrar o los borrachos de salir, se metía en la cabina de programación para memorizar las contratapas de los elepés que componían la colección de música. Entonces imaginaba el futuro rozándole los dedos: con gente sudorosa en la pista celebrando sus decisiones al tornamesa. Durante el sueño, su voz iba deslizándose sobre la cola de cada canción en el anuncio de un próximo éxito. Y luego otro. Y nadie dejaba de bailar.

“Aunque la modestia raya con la hipocresía: me hice querer y soy, sin temor a equivocarme, el locutor más popular de Cali”

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Tendría 15 ó 16 el día que ocurrió más o menos así. El habitual encargado de los discos se enfermó, y la oportunidad fue a partir del instante casi un para siempre. Como si le faltaran razones, su corazón también quedó grabado con ese trabajo porque ahí conoció a Flor María Ararat, la mujer que hoy sigue siendo su esposa y que, tantos discos después, sigue sin olvidar la primera canción que le pidió como discómano titular de El Despiste: Ausencia, de Héctor Lavoe, dice ella, contando que se conquistaron escribiéndose cartas; al turno en los suspiros nostálgicos, él dice que esa mujer ha sido el sustento de todo.

A los 18 años, recién graduado como bachiller y con novia, José Bianel aterrizó en la capital del Valle para probar suerte como animador en la discoteca El Arca de Noé, que realmente fue una aparición divina: en ese escenario lo conoció el director de Radio Súper, quien le ofreció chance en la emisora comprometiéndolo a tramitar su licencia como locutor en Bogotá (ante el Ministerio de Comunicaciones es la #3649). La expedición del documento fue lo que terminó por dar inicio a la carrera que resume su recorrido por el dial: empezó como locutor bombillo -de diez de la noche a seis de la mañana- para después de dos años dar el salto a Los Superbailables de la tarde. De ahí pasó por Bienvenida, Tropicana, La Z (donde estuvo 18 años), La Máxima, Salsa Estéreo y ahora esa una de las estrellas de la vieja guardia que componen la nómina de Click Latino, en el 99.5 del FM. La estación, que también sumó a Esaín Tello en las mañanas, es la casa del Corrillo de Mao y su tertulia.

Hugo Suárez, gerente de la emisora, dice que tener a Pepe en su elenco es contar con un referente para el público “de estirpe salsera” que se identifica con el perfil comunitario que buscaba. Dicho en otras palabras, es un gancho social. Sarita Otálora, una joven locutora que trabaja como su coequipera en televisión, y quien además le administra las redes sociales, está convencida de que la audiencia que cautiva Pepe responde simplemente a su sencillez: “Él es del pueblo y para el pueblo”, asegura parafraseándolo.

Vestido con una camisa de lino azul nube, pantalón marfil y mocasines caramelo, el hombre descifra su popularidad explicándola como la consecuencia natural de trabajar haciendo lo que ama. No hay día, dice, que estando detrás del micrófono haya sido infeliz. Es por eso que a toda hora está reencauchando dichos y expresiones que escucha en la calle, o en el eco de conversaciones que le siguen dando vueltas. Así fue cómo inventó el cuento de la ruta del agua en el coco, dice, obviamente sin revelar el misterio ¡¡con el que no ha podido ni la Nasa!! A los 59 años, padre de un hijo que ya lo hizo abuelo, el hombre cree que el destino siempre aguarda con una oportunidad. No es una de sus frases comerciales sino más bien una conclusión que basa en la experiencia. Él mismo, lo sabe, es el fruto de una y mil reinvenciones. En eso también consiste la melodía de la vida, entona José Bianel Guazá González, usando el timbal del Pepesón...

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